La persona que los sufre experimenta una falta de control de sus impulsos, lo que puede provocar situaciones violentas, peligrosas o, incluso, desembocar en delitos, ya que se tratan de afecciones que pueden derivar en violaciones de los derechos de los demás.

El trastorno explosivo intermitente, por ejemplo, suele implicar arrebatos recurrentes en el comportamiento (ira, gritos…). Se trata de una falta de control de impulsos de agresividad.

El trastorno de conducta, en cambio, implica un patrón de conducta repetitivo y persistente de comportamiento en el que no se respetan los derechos básicos de los demás, las normas o reglas sociales propias de la edad.

Además de estos dos trastornos, se encuadran bajo la misma denominación afecciones como el trastorno negativista desafiante, el trastorno de personalidad antisocial, el trastorno disruptivo del control de los impulsos y de la conducta, etc.

Este tipo de trastornos requiere tratamiento para evitar que la persona que los sufre pueda encontrarse en situaciones violentas, delictivas o que impliquen un riesgo para lo demás. Por eso, resulta tan importante un correcto diagnóstico y una intervención precoz por parte de un personal cualificado que es quien puede aportar un tratamiento personalizado en cada caso.