A lo largo de la vida se suceden diferentes etapas, cambios, transiciones y situaciones que definen nuestro desarrollo y nos ayudan a comprender tanto el rol que desempeñamos en el mundo como nuestros aspectos más personales. En ocasiones, pero, esta evolución puede verse mermada por diferentes circunstancias, siendo los problemas psicológicos algunos de los más importantes. En relación a estos, debemos tener en cuenta que pueden aparecer en cualquier momento, por lo que, y aunque existe cierta tendencia a hacerlo, no debemos infravalorar su prevalencia e importancia en la última de nuestras etapas, la vejez. Además, parece que la aparición de estos en la senectud es cada vez mayor, siendo uno de los factores que lo explica el aumento en la esperanza de vida de la población.
Entre los trastornos psicológicos asociados a la tercera edad, siendo el más prevalente, se encuentra la depresión. Ésta, a nivel general, se define como el cuadro psicopatológico caracterizado por síntomas como profunda tristeza, apatía, sensación de desesperanza, pérdida de interés, baja autoestima, falta de concentración, y pérdida de energía. Todos ellos, junto a algunos otros, configuran los aspectos afectivos, cognitivos y conductuales del espectro. Así, aunque tienden a ser compartidos por la mayoría de personas, en cada caso predominan unos u otros, dependiendo principalmente de variables personales. En el caso de las personas mayores, existen una serie de peculiaridades que merece la pena mencionar:
Sufren episodios más largos y por lo general estos acostumbran a ser más resistentes al tratamiento tanto psicológico como farmacológico.
Acostumbran a verbalizar menos los sentimientos de inutilidad o culpa.
Alexitimia: definida como la dificultad o incapacidad para detectar y expresar las propias emociones.
Apatía: constituye el principal síntoma de la depresión en la vejez.
Más prevalencia de síntomas físicos y sensaciones corporales.
Sufren un mayor riesgo de suicidio, especialmente los hombres y cuando estos viven solos.
Presentan mayor irritabilidad, juntamente con trastornos del sueño como insomnio o hipersomnia.
Menos variaciones diurnas del humor.
Por otro lado, existen una serie de aspectos que pueden favorecer la aparición del trastorno en este sector de la población. Entre ellos se encuentran los siguientes:
Pertenecer al género femenino.
La pérdida de roles o los cambios de residencia.
Padecer un duelo por la pérdida de algún familiar o ser querido.
Sufrir enfermedades crónicas, especialmente si estas son incapacitantes o dolorosas.
Presencia de una discapacidad secundaria a una pérdida de visión o audición.
Haber sufrido el primer episodio depresivo en edad avanzada.
La aparición de un deterioro cognoscitivo de tipo amnésico.
Además de lo mencionado, es interesante destacar que los déficits cognitivos (especialmente en memoria y funciones ejecutivas) se relacionan con la intensidad de los síntomas depresivos y el número de episodios, siendo más acentuados en depresiones con ansiedad asociada. Por ello, a la hora de evaluar al paciente, es importante tener en cuenta que los problemas cognitivos pueden estar vinculados a la depresión, por lo que el diagnóstico de un trastorno cognitivo independiente deberá asegurarse y precisarse el máximo posible.
Como vemos, los problemas pueden tener características específicas no sólo en función de la persona, sino incluso dentro del periodo vital en el que estemos inmersos. Conocerlas y estudiarlas nos puede ayudar a elaborar intervenciones concretas que potencien lo máximo posible la recuperación y el bienestar de los individuos.
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