El poder de la zona de confort
Si echamos la mirada atrás, o incluso si repasamos este mismo día, es muy probable que identifiquemos una serie de situaciones en las que, o bien no nos hemos atrevido a arriesgar (a cambiar el rumbo), o hemos seguido simplemente con el piloto automático conectado, sin tan siquiera plantearnos si es eso que estamos haciendo lo que realmente queremos o necesitamos. En base a esto, podemos definir la zona de confort como aquel estado mental o comportamental en el que la persona permanece pasiva ante los acontecimientos que va experimentando, creando una rutina en la que no hay lugar para riesgos, pero a la vez tampoco para incentivos. Este término se utiliza además para definir aquellos espacios en los que tiene lugar ese estado, es decir, aquellos sitios donde la persona se siente segura, y donde percibe que no existe un riesgo.
Los motivos que pueden llevarnos a quedarnos anclados en esta situación pueden ser varios. La comodidad supone uno de los factores más potentes y prevalentes. Así, cuando la situación nos aporta ciertos beneficios, aunque sean pocos, puede provocar que nos conformemos y contentemos sin buscar una estimulación mayor. El miedo también es un importante predictor. En ocasiones, existe un cierto temor a modificar nuestra situación actual por el hecho de anticipar que las cosas irán mal, o incluso podemos anticipar posibles situaciones catastróficas que nos alejen de lo que realmente deseamos o nos conviene (p.ej., lo perderé todo, me pasará algo grave, me abandonarán, etc.). Este aspecto es muy característico de las personas con problemas de ansiedad o depresión. En ambas situaciones, la comodidad y/o el miedo, se crea un hábito el cual con el paso de los días puede hacerse poco a poco más fuerte y rígido, ya que no sólo nos aporta satisfacción, sino que muchas veces actúa como confirmación de que nuestros miedos e inseguridades pueden cumplirse. De esta forma, la persona que se queda en casa por miedo al rechazo, puede experimentar relajación si no sale, y esto confirmarle que si hubiera ido y arriesgado, lo más probable es que la apartaran o ignoraran.
¿Cómo podemos romper el círculo y salir de esta situación?
Aunque nos puede resultar difícil, y tener la sensación de tener que escalar una gran montaña o de saltar al vacío sin seguridad alguna, existen estrategias y razones que pueden ayudarnos a afrontarlo:
– Análisis objetivo de ventajas y desventajas: Una primera estrategia útil es realizar una balanza, desde un punto de vista neutro, en el que sopesemos los pros y contras de arriesgarnos. Para ello, deberemos adoptar una mirada totalmente objetiva, procurando distanciarnos y analizar todos los componentes de manera concreta y fiable. No se trata de buscar inmediatamente una solución, sino de poner encima de la mesa todas las opciones disponibles.
– Elaborar un plan: Otro mecanismo eficaz, el cual puede complementar el punto anterior, consiste en trazar un camino, lo más detallado posible, para romper con este hábito. En este punto, puede ser de ayuda focalizarnos en aquello que anticipamos que puede aportarnos un mayor beneficio y hacernos crecer como personas, y desmenuzar en pequeñas actividades o elementos que nos permitan poco a poco ir acercándonos. Es importante aquí plantearnos objetivos a corto plazo, que supongan un esfuerzo progresivo, ya que de lo contrario podemos rendirnos antes de tiempo.
– Atender a lo positivo: Visualizar todo aquello positivo que nos puede aportar cambiar y salir de esta zona resulta especialmente potente para empezar a llevarlo a cabo. La idea subyacente en este punto es que aumentar la motivación facilita la puesta en marcha y el acercamiento a nuestros objetivos. De esta forma, dependiendo de lo que queramos conseguir, deberemos focalizarnos en unos u otros aspectos. Debemos aclarar pero, que no se trata de tener una visión exageradamente optimista, sino que observemos y atendamos de manera realista a los aspectos positivos.
– Suprimir las justificaciones erróneas: Eliminar o reducir aquellos argumentos poco realistas, y que actúan como freno para que nos pongamos en marcha es una parte crucial. Aunque los puntos anteriores pueden facilitarnos este proceso, herramientas como identificar los pensamientos automáticos negativos, observarlos, analizarlos y elaborar alternativas es una estrategia muy útil. Junto a esto, realizarnos las preguntas adecuadas sobre las justificaciones que utilizamos para no arriesgarnos también nos permitirá cuestionarlas e invalidarlas.
Aunque en un principio puede resultar complicado, e incluso a corto plazo ser difícil encontrar beneficio, el ser congruentes con nuestros deseos y objetivos, a la larga propiciará no sólo que nos sintamos mejor con nosotros mismos, sino que crezcamos como personas. De lo contrario, si lo que hacemos es perpetuar este estado, dejando tirada el ancla sin permitirnos avanzar, es probable que aparezcan sentimientos de tristeza, frustración y malestar cuya repercusión puede agrandarse cuanto más tiempo dejemos pasar.
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