El Trastorno de Conducta: características y comorbilidad
El análisis de las dificultades y problemas psicológicos, especialmente en el área infanto-juvenil, acostumbra a estar envuelto de una gran confusión. Esto principalmente es debido a la variabilidad que muestran los niños con respecto a la sintomatología, lo cual queda reflejado en las significativas diferencias que aparecen en función del momento evolutivo. Por ello, el diagnóstico de un trastorno concreto debe realizarse con mucha cautela, procurando no sólo obtener información útil a través de diversas fuentes (padres, profesores, amigos
), sino atendiendo también al momento vital en el que se encuentra el propio individuo.
El Trastorno de Conducta se define, según la quinta versión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), como un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que no se respetan los derechos básicos de otros, las normas o reglas sociales propias de la edad, lo que se manifiesta por la presencia en los doce últimos meses de por lo menos tres de los quince criterios que define el manual, existiendo por lo menos uno en los últimos seis meses. Estos quince criterios se agrupan en tres categorías: agresión a personas o animales, destrucción de la propiedad, engaño o robo, e incumplimiento grave de las normas. Además, para diagnosticarlo en etapas infantiles se requiere que el niño refleje por lo menos un síntoma característico antes de los 10 años. Si no es así, se diagnostica como de inicio en la adolescencia.
Los datos epidemiológicos señalan que afecta a entre un 3 y un 7% de la población infantil. Por ello, se trata no sólo de una problemática significativa, sino también recurrente. Entre los síntomas o características que pueden aparecer (clasificados según las categorías expuestas anteriormente) están: acosar, amenazar o intimidar a otros; iniciar peleas; ejercer la crueldad física contra animales y/o personas; prender fuego o destruir propiedades; uso de mentiras; comportamiento oposicionista Y se añaden además los siguientes especificadores: con emociones prosociales limitadas, con falta de remordimientos o culpabilidad, mostrándose insensible o carente de empatía, despreocupado por su rendimiento, o con afecto superficial. De esta forma, poseemos un amplio espectro de criterios para poder definir e identificar la problemática.
A pesar de ello, no debemos caer en el error de utilizar esta categoría como cajón de sastre. Es decir, observando todas sus características nos podemos dar cuenta que comparte muchos aspectos con otras patologías (lo cual define la comorbilidad) y con ninguna en concreto. Así, existe un alto solapamiento con el Trastorno de Déficit de Atención con/sin Hiperactividad (TDAH), el Trastorno Negativista Desafiante, o incluso es común incluirlo como Trastorno del Control de los Impulsos. Junto a estos, también se acostumbra a confundir con el Trastorno de Personalidad Antisocial, el cual debe diagnosticarse después de los 18 años. Como vemos, son muchos los cuadros que comparten rasgos con este diagnóstico, lo cual dificulta su acotación. Además pero, en los trastornos de ansiedad o depresivos los niños pueden mostrar comportamientos disruptivos continuados que nos pueden hacer pensar en esta patología.
Dejando de lado el ámbito psicopatológico, cabe mencionar que no es necesario poseer un diagnóstico concreto para reflejar este tipo de síntomas. Ante sucesos estresantes específicos, los niños y adolescentes pueden mostrar una diversidad de comportamientos que se encuentran en el Trastorno de Conducta. Una de las claves para diferenciarlo pero, se encuentra en los términos repetitivo y persistente, y en el criterio temporal. Finalmente, es importante remarcar que se requiere que exista malestar clínicamente significativo en las áreas laboral, social y/o académica. En este sentido, una característica relevante es que la persona puede no mostrar malestar aparente, siendo este mucho más evidente en los demás.
En conclusión, aunque estamos delante de una categoría aparentemente amplia y general, contiene sus particulares manifestaciones y características específicas, las cuales deberemos identificar correctamente no sólo para establecer y acotar una problemática específica, sino para diseñar una estrategia de intervención óptima y eficiente que permita producir una mejora significativa en el estado psicológico de la persona.
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