La ira: repercusión y estrategias para controlarla
Si hiciéramos un repaso diario de las emociones que experimentamos en nuestro día a día, sería más que probable que identificásemos una variedad y cantidad muy amplia. Algunas de las que nos pueden venir a la mente pueden ser alegría, tristeza, ansiedad, rabia, vergüenza, y un largo etc. Cada una de ellas se encuentra asociada a situaciones específicas, las cuales además, acostumbramos a detectar a través de una serie de sensaciones corporales (tensión, sudoración, pesadez, cansancio ). Cuando estas son muy frecuentes, o sobre todo, particularmente intensas, pueden suponer una limitación importante en nuestras vidas.
De entre ellas, el enfado es una de las emociones más típicas y frecuentes del ser humano. Al igual que las demás citadas, su expresión no solo dependerá de la situación en la que se encuadre, sino también de ciertas características personales. Cuando esta es especialmente intensa y exagerada, pudiéndose traducir en furia e incluso violencia, podemos hablar de ira. Así, este componente resulta, por una parte, de la conjunción de una serie de sentimientos negativos que generan principalmente sensaciones de indignación y enojo hacia uno mismo y/o hacia los demás, y por otra, de ciertos atributos personales como pueden ser la sensibilidad y la impulsividad. Nos encontramos pues, ante una emoción particularmente negativa que tiene repercusiones tanto a nivel individual o intrapersonal, como externo o interpersonal:
– Repercusiones a nivel personal: Podemos resaltar aquí en primer lugar sus consecuencias a nivel anímico, haciendo alusión sobre todo a los sentimientos de culpa o inutilidad que pueden aparecer al realizar estos comportamientos. Junto a estos, el cansancio, la irritabilidad y la ansiedad suelen ser jugar un papel importante en la ira. Por otro lado, el rendimiento en las diferentes áreas puede verse claramente afectado, donde la persona, debido a este problema, puede encontrarse gravemente limitada.
– Repercusiones a nivel externo: La incomodidad y el malestar que generan en el entorno pueden ser muy significativos, hasta el punto de crear una sensación generalizada de miedo e inseguridad hacia la persona que presenta el problema. Los problemas familiares, de pareja, laborales y sociales pueden ser consecuencia de la dificultad del individuo para controlar este invalidante sentimiento. A su vez, estos pueden contribuir a agravar las dificultades personales.
La generalización y perpetuación de esta problemática es un aspecto común y particularmente importante a tener en cuenta. El déficit de habilidades que presenta la persona, y la intimidación y problemas que genera en el entorno, en muchas ocasiones se retroalimentan de tal manera que no sólo favorecen que la situación persista, sino que se amplíe. La persona puede haber encontrado una forma útil de apaciguar su malestar, y la falta de límites o de estrategias de gestión por parte de los otros puede facilitar que el problema se mantenga.
De esta forma, y aunque como se ha comentado existen ciertas características personales que pueden predisponer a presentar este problema, podemos identificar en cierto modo, un mecanismo de aprendizaje en el que la persona no ha encontrado una alternativa más adecuada para exteriorizar sus emociones negativas. Por ello, es importante dotarlo de estrategias concretas para desaprender esta conducta y adquirir nuevas habilidades:
– Autobservación: La detección de señales e indicios internos y externos que nos ayuden a definir cómo nos estamos sintiendo y, sobre todo, el grado de activación que poseemos en un momento dado, puede ser una estrategia útil y particularmente eficaz para prevenir el descontrol de la ira.
– Análisis de los pensamientos y búsqueda de alternativas: Las personas que sufren esta dificultad, acostumbran a poseer un estilo de pensamiento muy concreto, con creencias absolutistas acerca del mundo y de los demás que genera un cierto sentimiento de hipersensibilidad. Es necesario detectar y trabajar el estilo cognitivo de la persona para encontrar argumentos más realistas y adaptativos acerca de los diferentes acontecimientos.
– Estrategias de relajación: Los ejercicios de control de la ansiedad como la respiración, o las autoverbalizaciones pueden mejorar el estado de ánimo, reduciendo la activación fisiológica de la persona, y por lo tanto previniendo la explosión del comportamiento.
– Entrenamiento en Habilidades Sociales: Enseñar directamente a la persona alternativas conductuales adecuadas socialmente es una parte crucial. En muchas ocasiones, como se ha resaltado, la persona carece de estrategias y habilidades específicas para manifestar de forma adecuada las emociones negativas que experimenta.
Como se habrá podido entrever, existen procedimientos muy diversos para trabajar el control de la ira. Junto a los citados, pueden utilizarse técnicas concretas que potencien la mejora de la persona y ayuden a aumentar la eficacia de los principales procedimientos. Es importante mencionar además, que nos encontramos ante un problema que representa a un amplio espectro de la población, afectando tanto a adultos como a niños y adolescentes, pudiendo estar asociado a distintos trastornos psicológicos, como por ejemplo los Trastornos del Control de los Impulsos, Depresión, Ansiedad, e incluso formas específicas de Trastornos de Personalidad. Por ello, los programas e intervenciones desde la psicología, psiquiatría, y ámbitos educativos deberán adecuarse a las necesidades de cada individuo.
Si deseas recibir más información, nuestro equipo der psicólogos y psiquiatras, situado en Mataró, te ayudará a resolver todas las dudas que poseas.