¿Qué es el Trastorno de Ansiedad por Separación?
La prevalencia y repercusión de los problemas psicológicos es cada vez más frecuente y significativa, tanto en población adulta como infantil. Por ello, los profesionales de la salud mental trabajan para delimitar y esclarecer los límites entre todos ellos, creando para ello categorías diagnósticas concretas que faciliten no únicamente la comprensión de los diferentes cuadros, sino la creación de intervenciones útiles y eficaces que impidan su progreso y empeoramiento. Así, a continuación se describirá uno de los cuadros psicopatológicos más representativos entre población infantil y adolescente.
Las conductas de afiliación o apego hacia nuestros padres, constituyen uno de los aspectos más cruciales para nuestro adecuado desarrollo emocional, social y cognitivo. Por ende, cuando los niños responden de manera negativa ante la separación de las figuras importantes, tiende a interpretarse que poseen un vínculo positivo. A pesar de ello, en ocasiones, y especialmente cuando este es recurrente, y está caracterizado por una respuesta o malestar asociado, podemos empezar a sospechar de ciertos problemas subyacentes. De este modo, el Trastorno de Ansiedad por Separación o TAS se define como la experiencia de miedo o ansiedad excesiva/inapropiada teniendo en cuenta el nivel de desarrollo del individuo, la cual está provocada por la separación de aquellas personas por las que siente apego. Además, puede manifestarse de diferentes formas: con un malestar excesivo y recurrente cuando se anticipa o se experimenta separación del hogar o de las figuras con quien se tiene más vínculo; con preocupación elevada por la posibilidad de perder a alguna de estas figuras, o por que puedan sufrir algún daño; gran resistencia a salir de casa, ir a la escuela o a otro lugar por miedo a la separación; miedo a estar solo; problemas para dormir (especialmente pesadillas); y/o quejas repetidas de síntomas físicos como dolor de cabeza, de estómago, etc., cuando se produce o se prevé una separación.
Como vemos, la sintomatología que pueden presentar las personas con esta problemática es diversa, y a menos que se realice una evaluación adecuada, puede confundirse con otras categorías (p.ej., Fobia Escolar o Social, Autismo ). En esta línea, merece la pena remarcar que estas manifestaciones varían con la edad, siendo típicos los comportamientos de rechazo a ir a la escuela en niños pequeños y la concreción de miedos y preocupaciones en niños mayores. Además, aunque es especialmente característico en niños, siendo la edad de mayor prevalencia los 12 años, también puede aparecer en adultos, aunque tiende a disminuir con la edad. Así, a pesar de no ser frecuente su inicio en la adolescencia, siendo así puede ser un claro precursor de problemas más graves. Por otro lado, en población clínica, es decir, entre aquellos individuos diagnosticados y/o en tratamiento el problema posee una frecuencia similar entre chicos y chicas. En cambio, entre la población general se encuentra más asociado al sexo femenino. Es importante añadir que el curso del TAS está caracterizado por periodos de exacerbación y remisión, pero para la mayoría de niños no supone un precursor de trastornos de ansiedad más deteriorantes en un futuro. A pesar de ello, sí parece estar asociado a un riesgo mayor de suicidio (lo cual también aparece en varios trastornos de ansiedad).
Finalmente, en cuanto a los diferencias entre sexos, parece que las niñas muestran una mayor reticencia o evitación de la escuela que los niños, aunque la expresión indirecta del miedo a la separación parece ser más común entre los varones. En esta línea, consideramos importante tener presente que el rechazo al colegio, aunque es uno de los síntomas más característicos, no es necesario para realizar el diagnóstico. Esto se explica por el hecho de que no todos los niños con TAS muestran rechazo escolar.
Como se ha indicado inicialmente, los períodos de ansiedad elevada por la separación de las figuras importantes de apego forman parte del desarrollo normal, y pueden indicar que poseemos o que nuestros hijos tienen una relación de apego segura con nosotros. Para poder sospechar de un posible trastorno, deberemos tener en cuenta el malestar que produce tanto en el niño como en el entorno, la frecuencia con la que aparecen conductas disruptivas, y el grado de perturbación que suponen éstas.
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