Desde nuestros orígenes, entre muchas de las características, conductas y objetivos que nos definen como seres humanos, existe uno común a todo ser vivo; la supervivencia. Este mecanismo puede ser empleado de múltiples maneras dependiendo tanto del ser o persona, como del contexto en que nos veamos inmersos. Así, con tal de asegurarnos que esto se produzca y seguir manteniendo nuestra estabilidad vital, deberemos afrontar una serie de sucesos, sean estos positivos o negativos. En esta línea, en función de nuestras experiencias ante la misma u otras situaciones similares (es decir, de nuestro aprendizaje), de nuestros rasgos personales (impulsividad, sensibilidad
), de los elementos presentes en el contexto, y de los resultados anticipados, utilizaremos una estrategia u otra para sobrevivir, siendo estas el afrontamiento directo o la evitación.
Lazarus y Folkman (1984) nos ayudan a entender el término afrontamiento definiéndolo como el conjunto de estrategias cognitivas y conductuales que utilizamos para gestionar las demandas externas o internas que son percibidas como una amenaza teniendo en cuenta nuestros recursos personales. A partir de aquí, una de las formas más eficientes (en términos de coste beneficio) y en ocasiones menos útiles para solventar ciertas situaciones, es el escape o la evitación. Este, aunque se trata de un mecanismo de defensa y supervivencia innato y en muchas ocasiones muy eficaz; puede ser perjudicial si se emplea como estrategia principal. Así pues, será útil siempre que la situación o amenaza externa exceda real y objetivamente nuestros recursos personales y contextuales; por ejemplo: si nos encontráramos con un león en medio de la selva sin ningún elemento que nos ayudara, lo mejor y más posible es que saliéramos corriendo (evitáramos/escapáramos) de la situación. De la misma forma, si nos hemos despistado atravesando la calle y un coche se acerca a toda velocidad, emplearemos el mismo formato de afrontamiento. Ahora bien, existen momentos y situaciones cuya evitación no solamente es poco útil, sino que puede ser perjudicial.
Es cierto que su utilización y uso eficaz nos permite relajarnos y ahorrarnos algo anticipado como negativo, pero, ¿y si eso que anticipamos no es realmente tan negativo? El miedo o las consecuencias temidas pueden no ser del todo objetivas, y por lo tanto, la evitación no es útil. Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en los problemas de ansiedad, y particularmente en las fobias. En estas, habitualmente existe una evitación persistente de la situación temida. Otro ejemplo lo podemos situar en los trastornos depresivos y en los problemas de autoestima, donde la persona tiende a interpretar negativamente el hecho de inmiscuirse en ciertas actividades, sobre todo cuando éstas son de carácter social, por miedo al rechazo o al posible escrutinio de los demás. Esto, a corto plazo produce relajación y bienestar subjetivo, ya que se ha conseguido ahorrar una situación valorada como embarazosa o peligrosa. Pero a largo plazo, no solamente limita nuestras vidas sino que nuestra mente aprende que esa situación (y en muchas ocasiones, situaciones similares), es peligrosa. Es decir, que por el hecho de habernos relajado al evitar esa situación cuya anticipación nos produce tanto malestar, confirmamos que muy posiblemente esta es perjudicial, y por lo tanto nos sale mucho más a cuenta no afrontarla. Por ello, la evitación se conforma como estrategia principal, y nuestros recursos y habilidades van quedando escondidos y empequeñecidos con el paso de los días. Además de esto, pero, en ocasiones esta constituye uno de los rasgos principales de la propia persona, conformándose el que se conoce como Trastorno de Personalidad Evitativo.
Como se habrá podido observar en los ejemplos citados, aparecen dos claros mecanismos; uno sería el físico o conductual (p.ej., no voy, no hablo, salgo de aquí
), y el otro sería el cognitivo, es decir, el conjunto de pensamientos e interpretaciones que realizamos acerca de lo que puede pasar. De esta forma, no solamente es importante encarar las diferentes situaciones, sino que deberemos entrenar a nuestra mente para que adopte una mirada algo más realista que la utilizada hasta el momento.
Una de las intervenciones más eficaces y con más evidencia empírica es la Terapia Cognitivo-Conductual. El mismo nombre indica los elementos que considera cruciales a trabajar, los cuales coinciden con los comentados. Así, mediante el uso de diferentes estrategias es posible revertir estas y situaciones similares, y por lo tanto salir de la espiral que poco a poco va limitando más nuestra vida.
El equipo de psicólogos de nuestro centro, situado en Mataró, trabaja con esta y otras intervenciones que han demostrado ampliamente su utilidad y eficacia. Si deseas conocer más acerca de estas, o crees que pueden beneficiarte, no lo dudes y contacta con nosotros, te ayudaremos.
Listado mensual: marzo, 2019
En términos generales, podemos definir el miedo como una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable que aparece ante la percepción de un peligro real o imaginario. En esta sensación, entran en juego tanto aspectos cognitivos (pensamientos, ideas, creencias ) como fisiológicos (sudoración, taquicardia, temblores ). Además, el peligro percibido puede ser presente, futuro o incluso referente al pasado. En sí mismo, posee una naturaleza evolutiva tanto desde el punto de vista filogenético, es decir, como predisposición de la especie humana a reaccionar así ante determinados estímulos, como ontogenético, entendido como un fenómeno adaptativo del desarrollo que facilita nuestra supervivencia.
De esta forma, el miedo es una una emoción normal y universal la cual se encuentra presente en numerosas ocasiones dentro de nuestro ciclo vital. A pesar de ello, cuando este es significativamente intenso y persistente, excesivo e irracional, y es además desencadenado por la presencia o anticipación de objetos o situaciones específicos, apareciendo una clara repercusión en el día a día del individuo, podemos estar delante de una fobia. En esta además suelen aparecer conductas de evitación, o los estímulos temidos se soportan con ansiedad o malestar intensos. Es decir, el miedo y la fobia se distinguirían principalmente en términos de intensidad o gravedad, y por tanto, de repercusión en la vida de la persona.
A lo largo de nuestro desarrollo, la experimentación de miedo ante diferentes estímulos no sólo es frecuente, sino que también resulta especialmente necesaria para crear mecanismos de afrontamiento adecuados ante situaciones concretas. Así, siguiendo las líneas de autores como Sandín y Chorot (2003), a continuación se exponen los miedos típicos en función de la edad, cuyo contenido parece reflejar un proceso continuo de maduración cognitiva a medida que vamos avanzando en las diferentes etapas:
– Primer año (0 a 12 meses): En esta etapa predominan los miedos asociados a lo que se denomina medio inmediato, es decir, sonidos fuertes, pérdida de apoyo, a las alturas, a personas y objetos extraños, y a la separación. En esta fase es importante tener en cuenta que se requiere un cierto grado de madurez cognitiva para experimentarlos, y concretamente se enfatiza la capacidad para recordar y/o distinguir lo familiar de lo extraño. En ciertos trastornos, como en el Autismo, esta capacidad puede no estar del todo desarrollada, por lo que el niño puede exhibir un patrón de distanciamiento interpersonal acentuado ya en los primeros meses.
– Inicio de la niñez (1 a 2 años y medio): Los principales miedos se relacionan con la separación de los padres, los extraños, pequeños animales como insectos y fenómenos naturales como las tormentas o el mar. Cabe mencionar que el miedo a la separación de los padres se acostumbra a intensificar a los 2 años, y que en esta fase aparece el miedo a los compañeros extraños.
– Etapa preescolar (2 años y medio a 6 años): Aquí se producen cambios importantes a nivel cognitivo, donde el niño puede experimentar miedo ante estímulos imaginarios globales. Así pues, predominan los miedos a los seres imaginarios y aparecen los miedos a los animales salvajes. En este sentido, la mayor parte de miedos hacia animales se desarrollan en este periodo. Además de estos, también son característicos el miedo a la oscuridad, quedarse solo, fantasmas y monstruos. El anclaje en el miedo a la soledad puede ser un factor de riesgo para desencadenar una personalidad dependiente o incluso problemas psicológicos como el trastorno de ansiedad de separación.
– Niñez media (6 a 11 años): Los miedos son más específicos, y engloban sobre todo el temor al daño físico, la salud o muerte propias o ajenas, los miedos médicos (sangre, inyecciones ), los sucesos sobrenaturales, y aparecen los miedos escolares relacionados con los compañeros, el rendimiento, la crítica o el fracaso.
– Preadolescencia (11 a 13 años): Lo más característico de este periodo es la reducción de los miedos relacionados con animales y el incremento del temor a la crítica y al fracaso. En este sentido, se mantienen e incrementan los miedos sociales y escolares, y se inician miedos sobre temas económicos y políticos. Al aparecer cambios evolutivos en la propia imagen, pueden nacer miedos relacionados con la autoestima.
– Adolescencia (13 a 18 años): Nos encontramos con miedos que, aunque empiezan a desarrollarse en esta etapa, son característicos también de etapas posteriores como la adultez. Así, se relacionan con el área sexual, el autoconcepto, el rendimiento personal, y aspectos sociales, académicos, políticos y económicos. Un aspecto característico es que continúan los miedos de la preadolescencia y adquieren mayor relevancia aquellos relacionados con el rendimiento personal, la autoidentidad y las relaciones interpersonales.
Así pues, los miedos vinculados a cada fase del desarrollo pueden considerarse temores evolutivos, que pueden resultar normales (si estos no son muy intensos y no limitan la vida de la persona), específicos de cada período y, por tanto, transitorios. Todos ellos, a través del aprendizaje, resultan útiles en muchas ocasiones, pues pueden ayudar a afrontar diferentes situaciones de una forma adecuada. Como hemos comentado pero, si estos persisten y se agravan pueden llegar a suponer una limitación muy importante para la persona, provocando alteraciones específicas en el desarrollo.
Si quieres ampliar la información sobre algún tema que consideres relevante, ponte en contacto con nuestro equipo de psicológos de Mataró. Atenderemos encantados todas tus peticiones.
Actualmente nos encontramos inmersos en una sociedad donde las relaciones sociales, y especialmente las relaciones de pareja, constituyen un ámbito recurrente y esencial de los seres humanos. Los vínculos afectivos que establecemos con los demás poseen componentes únicos que nos ayudan a crecer y a desarrollarnos como personas, llegando incluso a complementar ciertos aspectos individuales. En este proceso interactivo pero, nos encontraremos con dificultades cuya superación puede fortalecer todavía más nuestras vidas. Así, uno de los aspectos que se consideran esenciales en toda relación y cuyo déficit parece estar implicado en la inmensa mayoría de problemáticas, es la comunicación.
Cabe resaltar que las dificultades en este ámbito se contemplan desde diferentes puntos de vista. Es decir, existen problemas de comunicación basados en el qué se dice, en el cómo se dice, y también se podría incluir el cuánto se transmite. Más específicamente, las parejas que se quejan de falta de comunicación, aunque en la mayoría de ocasiones se refieren a un déficit o defecto de esta, también pueden estar indicando un exceso de reproches y de información poco significativa o dudosa que pone en duda a la otra persona o a sus sentimientos. Así pues, la comunicación asertiva o asertividad se refiere a la habilidad de defender nuestros derechos de una manera empática, educada y sobre todo sin vulnerar los derechos del otro. Concretamente se trataría principalmente de saber manifestar nuestras opiniones o deseos, solicitar un favor, pedir un cambio de actitud, saber decir no, admitir y expresar críticas o quejas, etc. En definitiva, saber expresar nuestros pensamientos, sentimientos y necesidades procurando no agredir a los demás y que estos no sean agresivos con nosotros.
Es cierto pero, que en función de la relación, de los conflictos que acostumbran a aparecer y de su forma de resolución hasta el momento, de las diferencias individuales de cada uno de los miembros de la pareja (carácter, habilidades de afrontamiento, educación ), y de variables contextuales como el exceso de trabajo, o las dificultades económicas o familiares, pueden favorecer o dificultar mucho la puesta en práctica de esta importante habilidad. Por ello, es crucial analizar la situación en perspectiva y procurar atender a todos aquellos elementos clave que puedan potenciar este aprendizaje. En este sentido, a continuación se exponen algunos recursos que pueden ayudarnos a mejorar la comunicación con nuestras respectivas parejas:
– Exteriorización/Expresión emocional: En la línea de lo comentado anteriormente, es importante que exterioricemos información significativa. Normalmente cuando ésta posee un grado elevado de contenido emocional sincero, resulta especialmente beneficioso para la relación. Debemos especificar pero, que en momentos de gran enfado o rabia acostumbramos a ser congruentes con el estado de ánimo momentáneo, pero no nos centramos en lo que realmente sentimos, y lo que es peor, en lo que verdaderamente queremos conseguir.
– Comprender la realidad del otro: Procurar observar y analizar los elementos que están generando o pueden provocar malestar o desestabilidad en el otro es una estrategia muy importante para poder comunicarnos eficientemente. Junto a esto, empatizar, es decir, transmitir la comprensión de esta realidad paralela a la nuestra puede ser de gran ayuda para que nos escuche y atienda a nuestras peticiones.
– Autonomía y autoestima: No debemos olvidarnos de nosotros mismos. Potenciar nuestras habilidades y características propias también pasa por valorar nuestros esfuerzos y los aspectos positivos, respetar nuestro espacio y priorizar aquello que nos ayude a sentirnos mejor en nuestro día a día. Esto nos permitirá ganar confianza y fuerza para comunicar con mayor frecuencia nuestros intereses. De esta forma, aunque en las relaciones de pareja existe un claro juego de equilibrios en el que debemos aprender, entre otras cosas, a ceder, también debemos respetarnos a nosotros mismos.
– Renunciar a la lectura de pensamiento: Otro de los mecanismos clave, relacionado con el primer punto expuesto, es la tendencia a interpretar o pensar que el otro ya sabe cómo nos sentimos o incluso qué estamos pensando. Tal y como nosotros necesitamos sinceridad y exteriorización, es importante explicitar adecuadamente todo aquello que consideremos relevante, eliminando esta tendencia que lo que promueve a largo plazo es la distancia y el retraimiento por ambas partes.
Existen otras estrategias que pueden ayudar a establecer unos hábitos adecuados en relación a la comunicación. La eficacia de muchas de ellas dependerá en parte de la reacción del otro, lo cual actuará como reforzador o como inhibidor de estos mecanismos. Aun así, su puesta en práctica debe ser un objetivo prioritario en toda relación, ya que muchos de los problemas que aparecen tienen su origen en una disminución en la comunicación asertiva. Cuando este aparece, es fácil recrear una interacción negativa con nuestra pareja, lo cual puede hacer que aparezcan muchos otros problemas.
La terapia de pareja supone una ayuda particularmente útil para trabajar este importante aspecto. En ella, se procura identificar aquellos aspectos más significativos involucrados en la situación problemática por medio de una evaluación minuciosa, y diseñar unos objetivos de tratamiento, consensuados con la pareja, encarados a mejorar tanto la relación como el bienestar psicológico y emocional de ambos miembros.
En nuestro centro de Psicología de Mataró contamos con un equipo de profesionales especializados en este y otros tipos de tratamiento. En caso de querer recibir más información al respecto, no lo dudes y ponte en contacto con nosotros. Te ayudaremos.
El tratamiento de los diferentes problemas psicológicos abarca un amplio abanico de estrategias, orientaciones y recursos encarados a mejorar el estado anímico y la adaptación del individuo a su entorno. Entre estos, la psicofarmacología resulta especialmente útil en aquellos casos en los que se considere importante reducir algunos de los síntomas mostrados por la persona mediante el uso de medicación. De esta intervención se encarga la psiquiatría, y aunque habitualmente (y preferentemente en la mayoría de trastornos) se utiliza de forma paralela al tratamiento psicológico, también puede llevarse a cabo en solitario.
Actualmente, existe un aumento progresivo de problemas relacionados con la ansiedad y la depresión. Los problemas económicos, familiares y sociales cada vez son más frecuentes, y especialmente los primeros fruto de los cuales acostumbran a aparecer todos los demás. Ante esto, el consumo y prescripción de fármacos muestra un patrón claramente ascendente. Entre estos, son particularmente los ansiolíticos y antidepresivos los más utilizados y demandados. Pero, ¿cómo actúan en nuestro cuerpo estas sustancias? ¿De qué se encargan exactamente?
Ansiolíticos
En el caso de los medicamentos ansiolíticos, tal y como su nombre indica, buscan paliar o disminuir los síntomas de ansiedad del paciente. Esta sintomatología se encuentra asociada principalmente con un déficit del neurotransmisor GABA (ácido gamma-aminobutírico). Este, al igual que la serotonina o la dopamina, actúa enviando mensajes químicos por el sistema nervioso y el cerebro. En este caso, hablamos de uno de los neurotransmisores inhibitorios más importantes de nuestro organismo. Cuando este falla, y substancias como la noradrenalina, adrenalina o el glutamato (componentes excitatorios) siguen su curso, o muestran una actividad elevada debido a factores como el estrés, pueden crearse cuadros de miedo y ansiedad.
A partir de aquí, los fármacos ansiolíticos procurarán recuperar el equilibrio actuando sobre los receptores GABA y potenciando que estos sigan trabajando de manera adecuada e inhiban la activación fisiológica. De entre los más utilizados están las benzodiacepinas (Alprazolam, Loracepam, Diacepam ), las cuales actúan reduciendo los síntomas de ansiedad normalmente en corto periodo de tiempo, y disminuyendo la intensidad y frecuencia de los episodios de angustia. Aun así, y motivo por el cual es importante seguir las pautas del profesional, algunos de sus principales efectos adversos son: la somnolencia y las alteraciones de la memoria, concentración y atención. Junto a estos, si el consumo es prolongado pueden aparecer fenómenos como la dependencia (adicción) y la tolerancia (pérdida paulatina de efectividad de la medicación).
Antidepresivos
En la depresión, los principales déficits neuroquímicos se asocian con desequilibrios en la segregación y actuación de diferentes neurotransmisores. Especialmente, se ha remarcado que existe un desequilibrio de serotonina, dopamina y noradrenalina. El primer componente se relaciona con el mantenimiento del equilibrio en relación a nuestro estado de ánimo, el deseo sexual, y la regulación de los ciclos de sueño-vigilia. La dopamina es considerada la substancia o el neurotransmisor del placer. Así, juega un papel clave en la motivación, la recompensa, la cognición, la actividad motora y el aprendizaje. La noradrenalina se encarga de la activación y preparación del organismo ante situaciones de estrés real o percibido. En la depresión se ha indicado que existe un déficit de ésta, lo cual puede producir cansancio, fatiga, desinterés o apatía.
De entre los fármacos más utilizados para esta problemática, y siguiendo las líneas expuestas, se encuentran los ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina), los cuales constituyen el tratamiento de elección primaria. Entre estos se encuentran la Fluoxetina, la Paroxetina, la Sertranlina o el Citalopram, entre otros. De forma específica actúan sobre la regulación de Serotonina, incrementándola. Además de estos, también se utilizan los antidepresivos tricíclicos, los cuales procuran aumentar la segregación de serotonina y noradrenalina. Algunos de sus efectos secundarios pero, se asocian con náuseas, ganancia de peso, cefaleas, pérdida de apetito o deseo sexual, etc.
La eficacia del tratamiento farmacológico dependerá tanto de la sintomatología presentada por el paciente, como de la adecuación por parte del profesional de la intervención seleccionada. Como podemos apreciar, existe un claro solapamiento entre los síntomas de ansiedad y depresión, lo cual se traduce en la elaboración de medicamentos que pueden poseer efectos combinados destinados a atacar ambos síntomas. De esta forma, existen antidepresivos con componentes específicos para paliar la ansiedad y ansiolíticos que disminuyen cierta sintomatología depresiva. Además, debido a esta interacción constante entre ambos tipos de sintomatología, el efecto de los fármacos puede variar en función de la persona.
Es importante adecuar los tratamientos, tanto psicológicos como psiquiátricos a las necesidades presentadas por la persona, procurando individualizar al máximo el tipo de intervención y las estrategias empleadas con tal de aumentar su eficacia. Junto a esto, además, debemos tener en cuenta que es información imprescindible tanto para la psicología y psiquiatría de adultos como infantojuvenil.
Si tienes dudas o simplemente quieres ampliar tu información en relación a este u otros temas, puedes contactar con el equipo de psicólogos de nuestro centro, situado en Mataró.
La detección y delimitación de los trastornos psicológicos casi nunca se encuentra exenta de complicaciones. En este sentido, existen muy pocas categorías (por no decir ninguna) que gocen de límites claros entre sus características y definiciones. Por ello, la mayoría de ellos muestra lo que se denomina comorbilidad, es decir, la ocurrencia de dos o más problemáticas en una misma persona. Este término también se utiliza cuando se detectan características comunes sobresalientes entre diferentes diagnósticos. Así pues, en los Trastornos de la Conducta Alimentaria, y especialmente en la Anorexia y la Bulimia (dos de los más prevalentes), aparecen síntomas y características que nos pueden hacer dudar en el proceso diagnóstico de uno u otro problema.
La Anorexia se define como la restricción de la ingesta energética en relación con las necesidades, que lleva a un peso corporal significativamente bajo con relación a la edad, el sexo, el curso de desarrollo y la salud física. Esta restricción se asocia con un miedo intenso a ganar peso o a engordar, o comportamientos que interfieren con su aumento aunque ya se tenga un bajo peso. Además, acostumbra a aparecer una alteración en la forma en que uno se percibe en relación a la forma y al peso, y una clara falta de reconocimiento de la gravedad del bajo peso actual. Según los diferentes sistemas de clasificación, se diferencian dos subtipos, el restrictivo y el purgativo. En el primero de ellos la pérdida de peso se asocia a la realización de dieta, al ayuno o al ejercicio físico excesivo. En el segundo (purgativo), aparecen episodios recurrentes de atracones o purgas es decir, autoinducción del vómito o utilización de diuréticos o laxantes.
Por otro lado, la Bulimia se entiende como episodios recurrentes de atracones (al menos una vez a la semana durante 3 meses), seguidos de comportamientos compensatorios inapropiados recurrentes para evitar el aumento de peso; como el vomito autoinducido, el uso de laxantes, diuréticos u otros medicamentos, el ayuno o el ejercicio físico excesivo. El atracón tiene dos características básicas: la ingestión de una cantidad de alimentos claramente superior a la que la mayoría de personas ingerirían, en un periodo determinado. Y la sensación de falta de control sobre lo que se ingiere durante el episodio. Junto a estos, existe también miedo al aumento de peso corporal que aparece mediante una autoevaluación negativa influida por este y por la constitución.
Tras exponer las principales características de ambos, aunque cada uno se encuentra relacionado con unos síntomas específicos que facilitan el diagnóstico diferencial, podemos observar como aparecen elementos significativos muy parecidos, por no decir casi idénticos. El aspecto quizás más importante se sitúa en el miedo intenso a ganar peso y, por lo tanto, a la idea sobrevalorada que ambos poseen sobre la delgadez. Este miedo se puede observar mediante la valoración negativa que realizan sobre su figura y por las creencias erróneas asociadas al peso corporal.
En cuanto a las estrategias empleadas para afrontar el malestar que suponen las ideas y pensamientos asociados con la alimentación y el peso, podemos ver como en ambos se pueden utilizar mecanismos muy parecidos, tanto es así que hasta hace poco la distinción entre restrictivo y purgativo también se empleaba para diferenciar los tipos de Bulimia. De esta forma, la realización de atracones, el ayuno, la realización de ejercicio físico exagerado, la ingestión de laxantes o diuréticos, y la autoinducción del vómito pueden relacionarse con las dos categorías expuestas. En relación a los atracones, inicialmente se consideraba que eran exclusivos de la Bulimia, y aunque es más prototípico de esta, esto ha sido corregido, ya que como hemos visto también aparece en personas con Anorexia.
Es importante destacar también la presencia de síntomas específicos del estado de ánimo. En ambas problemáticas acostumbran a aparecer síntomas de ansiedad, tristeza y humor deprimido e irritabilidad, pérdida de apetito sexual, retraimiento social, problemas de concentración, y síntomas obsesivos. Algunos de estos (especialmente la preocupación por la comida, los episodios de comer en exceso, la irritabilidad y el retraimiento social), en el caso de la Anorexia se ha observado que remiten cuando se recupera el peso, es decir que se encuentran asociados al estado de desnutrición. Por otra parte, el retraimiento social, las dificultades de concentración y la sintomatología ansiosa y depresiva asociados a la Bulimia y a la Anorexia purgativa suelen ser más secundarios al malestar asociado con la pérdida de control sobre el comer. Por ello, estos síntomas mejoran cuando se emplean estrategias encaradas a restablecer este control.
Como podemos ver, ambos diagnósticos poseen casi más cosas en común que exclusivas o excepcionales. Una de las claves utilizadas en la práctica clínica para diferenciar ambas problemáticas reside en el peso y en la presencia de atracones. Cuando este es significativamente bajo (como se ha destacado, muy por debajo de lo esperado en relación a la edad, sexo y desarrollo), muy posiblemente nos encontramos con un caso de Anorexia. Y cuando existen episodios de ingesta voraz recurrentes, es más probable que estemos delante de un caso de Bulimia. A pesar de ello, tal y como se ha remarcado, esto no significa que ambas características no puedan estar presentes en una u otra patología.
Los profesionales de nuestro centro te proporcionarán toda la información que necesites en relación a este tema. Si deseas conocer más al respecto, o tienes preguntas sobre cualquier otra cuestión, puedes ponerte en contacto con nuestro equipo de psicólogos situados en Mataró. Llámanos, te ayudaremos.
Los problemas relacionales, y especialmente aquellos que tienen que ver con la pareja, son un continuo en nuestra sociedad. Estos pueden estar vinculados a múltiples aspectos; como es la sinceridad, el afecto, el acercamiento, la comunicación, la intimidad, la dependencia… En ocasiones, y muy frecuentemente, se encuentran interrelacionados dos o más componentes, pero todos y cada uno de ellos tienen en común, en mayor o menor grado, la generación de malestar y el distanciamiento paulatino entre ambos miembros, lo cual puede agravar todavía más la situación.
Por lo que respecta al Coaching, este representa uno de los métodos de intervención más sobresalientes en la actualidad. A nivel general, procura principalmente guiar, instruir, acompañar o entrenar a la persona (o en este caso personas), centrándose en potenciar sus recursos personales para lograr la consecución de objetivos, metas y/o habilidades específicas. Además, posee la ventaja de poder ser aplicado en un rango muy amplio de situaciones o áreas: personal, empresarial, ejecutivo, etc. Entre estos, su aplicación en el ámbito de las relaciones íntimas resulta cada vez más atractivo y eficaz.
Así, el coaching de pareja se encara en ayudar a ambos miembros, a corto y largo plazo, en su esfuerzo mutuo para solventar sus problemas de interacción. Para ello, mediante estrategias de liderazgo personal y potenciando el autodescubrimiento, busca evaluar y profundizar acerca de los roles, objetivos y creencias de cada uno. De esta forma, promueve el descubrimiento y la utilización de los recursos individuales adentrándose en el análisis de aquellos aspectos que faciliten la aproximación y la búsqueda de objetivos comunes. Junto a estos, y aunque deberán adaptarse a las demandas presentadas, a continuación se exponen algunos de sus objetivos:
– Facilitar recursos y herramientas para aprender a exponer y solventar los conflictos.
– Actuar como acompañante del cambio. El coach busca potenciar la maduración de la relación y el carácter interdependiente de ésta.
– Obtener una visión más profunda y sensible de la relación. En este sentido, se trata de identificar aquellos aspectos que generan conflicto en cada uno de los participantes, teniendo en cuenta características individuales y del propio vínculo.
– Valorar y modificar las creencias, pensamientos y comportamientos disruptivos que limitan y frenan el progreso de la relación. Este aspecto es particularmente importante, ya que ambos miembros deberán adoptar un papel activo y ayudarse a descubrir y reconocer ciertos componentes mediante una actitud de colaboración activa.
– Explorar y realzar aquellos aspectos que dejan entrever lo mejor de la relación y de cada uno de los miembros. Desde esta orientación se considera clave potenciar y remarcar tanto aquellos comportamientos, actitudes y creencias limitantes como aquellos que promueven una mejor relación.
Con estos y otros recursos, esta intervención puede ayudar a mejorar la calidad de vida en pareja mediante sesiones dinámicas, reflexivas y principalmente fortalecedoras de los recursos, estrategias y competencias individuales y relacionales. Además, procura que los cambios producidos sean profundos y que se mantengan el mayor tiempo posible. La escucha, la empatía, la confianza, la comprensión y el respeto son algunas de los componentes protagonistas en las diferentes sesiones.
Aunque como se ha remarcado, los problemas de pareja son muy variados, métodos como el aquí expuesto pueden ayudar a mejorar substancialmente este u otras dificultades. Entre ellas, el estrés, la ansiedad o los problemas del estado de ánimo pueden verse fortalecidos mediante el uso de estas y otras técnicas. Los profesionales de nuestro centro, situado en Mataró, están especializados en esta y otras orientaciones cuya eficacia y utilidad ha sido probada en un amplio espectro de situaciones.
Si quieres obtener más información al respecto, o tienes cualquier pregunta, ponte en contacto con nosotros. Te ayudaremos.
Podemos definir el duelo como el conjunto de respuestas físicas, emocionales y conductuales que aparecen tras una pérdida. Este abanico de elementos, surge en el individuo para restaurar su equilibrio o bienestar psicológico. De esta manera, también lo podríamos entender como un proceso de adaptación. Por lo que respecta a la pérdida en sí, aunque comúnmente se habla de las relacionadas con los seres queridos, también pueden concernir a elementos u objetos significativos para la persona. En este sentido, y a pesar de que existen situaciones universales en las que surge el duelo con una elevada probabilidad (p.ej., la muerte de una persona próxima), cada uno de nosotros podremos experimentarlo en diferentes situaciones y de diferente manera, en función del significado emocional que atribuyamos a los elementos de nuestro entorno.
¿QUÉ TIPOS DE DUELO EXISTEN?
Aunque una amplia variedad de clasificaciones para delimitar este concepto, es importante establecer una diferenciación comprensiva, principalmente en función del malestar o deterioro personal asociado. En base a este criterio, a nivel general podemos hablar de los siguientes:
Duelo normal o no complicado: Resulta crucial tener en cuenta este subtipo. Como la propia palabra indica, se trata de la reacción psicológica normal tras la pérdida de alguien o de algo con lo que manteníamos un vínculo emocional significativo. El hecho de sentirnos mal, estar tristes, nerviosos o con menos ganas de hacer cosas, no indican de por sí la presencia de una enfermedad o patología en concreto. Todos sufrimos ante una pérdida importante para nosotros, y el conjunto de reacciones o síntomas que aparecen posteriormente pueden formar parte de un proceso de adaptación normal. Como a continuación veremos, deberá tenerse en cuenta el grado o nivel de malestar que supone para la persona y las limitaciones que esto supone en su día a día.
Duelo patológico o complicado: Cuando existe un sufrimiento acusado a través de la intensificación de los síntomas como la ansiedad, el estrés o la depresión que llegan a repercutir de manera significativa en la vida de la persona, podemos estar delante de un duelo patológico. La persona puede experimentar sentimientos de desesperación y acudir a conductas desadaptativas para afrontar el malestar. Un criterio también utilizado es el temporal, según el cual un duelo puede considerarse normal si dura entre 6 meses y un año. Aun así, deberemos siempre considerar el grado de malestar y deterioro que produce. Dentro de este subtipo, se han propuesto otras categorías como el duelo retrasado (aparece después de un tiempo tras la pérdida), enmascarado (la persona niega que las reacciones tengan que ver con la pérdida) o el exagerado (intensificación acusada de los síntomas). Todos ellos reflejarían una complicación en el proceso. En algunas ocasiones, es posible que el problema derive en algún trastorno específico, como puede ser el Trastorno Depresivo Mayor o el Trastorno de Pánico, los cuales estarían reflejando un empeoramiento de la sintomatología mostrada.
¿CUÁLES SON LAS FASES DEL DUELO?
A parte de los diferentes subtipos, existe un cierto acuerdo en cuanto a las fases que aparecen en este proceso:
Negación: En esta primera fase la persona puede intentar negar la pérdida ignorando la información al respecto o evitando pensar en ello. Así pues, evitará y negará las pruebas o evidencias que confirmen que ha sucedido.
Enfado: También llamada de ira o indiferencia. La persona, al empezar a ser consciente de lo sucedido, puede reflejar malestar por no poder evitar la pérdida. Esta fase se caracteriza además por la tendencia a buscar posibles explicaciones, causas e incluso culpables que ayuden a comprender lo que ha pasado.
Negociación: La persona busca recuperar el control, y por ello intenta negociar consigo mismo o el entorno a través de procurar entender los pros y los contras de lo sucedido. Básicamente buscamos una solución a la pérdida a pesar de ser conscientes de la imposibilidad de hacerlo. Son típicas las frases como si hubiéramos acudido antes al médico o si hubiera estado allí .
Dolor emocional o Depresión: Se experimentan sentimientos de tristeza y dolor con más o menos intensidad y recurrencia. En esta fase la reacción emocional se relaciona principalmente con una disminución del estado de ánimo.
Aceptación: Es la última fase del proceso, donde tras la resistencia empleada en las fases anteriores la persona asume que lo sucedido es inevitable. La visión sobre la situación cambia y la aceptación emocional suele ser más protagonista. A pesar de ello, esta fase no significa olvidar.
La presencia de estas fases no se da en todas las personas, y mucho menos con el orden expuesto. Además, aunque este proceso es el común, podemos saltar de una a otra o incluso situarnos al final o al principio del proceso en distintos momentos a lo largo del duelo. Estos saltos pueden tener que ver con el contexto que nos esté envolviendo en ese momento. De esta manera, si a este proceso le sumamos por ejemplo una situación estresante en el trabajo, podemos quedarnos anclados por más tiempo en alguna de sus fases, y mostrar un malestar más acentuado.
El duelo es un mecanismo o proceso que todos vivimos a lo largo de nuestras vidas. Afecta a todo tipo de población por lo que su abordaje desde los diferentes campos de la psicología resulta especialmente atractivo y relevante. Existen muchas alternativas a la hora de tratar este tema, las cuales han demostrado ser útiles para disminuir el malestar que genera.
Si quieres recibir más información o tienes alguna pregunta, nuestro equipo de psicólogos te proporcionará toda la atención que necesites.
Desde que nacemos, y a lo largo de todo nuestro ciclo vital, nos encontramos inmersos en un camino lleno de transiciones, donde experimentaremos un sinfín de situaciones y estímulos que deberemos afrontar y procesar para avanzar entre las distintas etapas. A este circuito, comúnmente se le llama crecimiento o maduración. Lo que está claro pero, es que todo lo que vaya sucediendo en cada fase, definirá nuestras vidas y nos formará e identificará como personas únicas e independientes. Una de estas, siendo quizás la más significativa, es la adolescencia, es decir, la etapa de transición entre la niñez y la vida adulta.
Este importante periodo se encuentra comprendido entre la aparición de una serie de características, como es la pubertad, que marca el final de la infancia, y el comienzo de la vida adulta, donde el organismo ha completado su desarrollo. Habitualmente se indica que se sitúa entre los 12-13 y los 17 años de edad. En este período, hay una palabra que nos puede venir fácilmente a la cabeza cada vez que pensamos o acuñamos el término adolescencia; el cambio. Esto es, nada más lejos de la realidad, lo que representa posiblemente con mayor precisión a esta fase. El chico o chica adolescente deberá hacer frente una serie de cambios o modificaciones constantes tanto a nivel interno o personal, como a nivel externo o contextual, cuyo afrontamiento exitoso o frustrado repercutirá en cómo defina, afronte e integre toda la información tanto de su mundo interior como exterior. A nivel personal, la aparición de ciertas características físicas (caracteres sexuales secundarios) constituye un aspecto clave; el desarrollo de la musculatura, el incremento de la estatura, el vello facial o el engrosamiento de la voz son algunos ejemplos que caracterizan a los chicos. Por su parte, las chicas, el crecimiento de los senos, la aparición del vello o el ensanchamiento de las caderas configuran algunos de los aspectos importantes.
Además pero, a nivel cognitivo o mental y emocional también sufrimos una serie de modificaciones. El desarrollo del autoconcepto y de la autoestima es aquí especialmente clave; empezaremos a definirnos como personas cuestionando nuestros intereses y elaborando el rol que queramos adoptar en nuestra vida. La confusión, el miedo, las contradicciones, las preguntas, y los cambios de estado de ánimo pueden ser frecuentes, y forman parte del crecimiento. Es relativamente frecuente que nos rebelemos contra el mundo, mostrándonos reticentes a aceptar ciertas realidades. Esta lucha constante y su regulación también están inmersos en la maduración, y son comunes y necesarios para que esta se dé. Por esto, otra palabra que también debemos remarcar es la aceptación.
Todo ello pero, se encuentra inmerso en un mundo social crítico, lleno de información contradictoria y mensajes recurrentes que pondrán a prueba nuestros recursos y habilidades. En este sentido, la interacción y comparación con los iguales, la educación o influencia de los próximos y la interacción con los medios de comunicación y las nuevas tecnologías son tres elementos particularmente relevantes en la vida del adolescente, y encontrar el equilibrio no siempre será fácil.
En este sentido, y fruto de la complicación que conlleva regular todos estos estímulos, la persona puede encontrarse perdida y atascada, pudiendo sufrir una serie de dificultades. Los problemas emocionales y psicológicos son comunes en esta etapa, particularmente manifestados a través de ansiedad, depresión, aislamiento y evitación. Junto a estos, pueden surgir otros de diversa índole y con mayor o menor intensidad. Será el grado de malestar y de desajuste social lo que marcará la importancia de la situación. El trabajo en particular desde la psicología y psiquiatría infanto-juvenil será aquí especialmente importante. La aplicación y diseño de intervenciones útiles, eficientes e individualizadas son claves para mejorar la salud y calidad de vida en este sector de la población.
Los profesionales de nuestro centro están especializados en el tratamiento psicológico y psiquiátrico tanto de adultos como de niños y adolescentes. Si tienes dudas o deseas recibir más información, ponte en contacto con nosotros. Estamos situados en Mataró.
El sueño, es considerado actualmente uno de los componentes más importantes de nuestro día a día. A grandes rasgos, podemos definirlo como el estado fisiológico caracterizado por una interrupción temporal del movimiento, del estado de vigilia o alerta, y de la capacidad sensorial. Estos fenómenos se producen para restablecer y equilibrar las funciones psicológicas y físicas del organismo, lo cual resulta esencial para obtener un pleno rendimiento vital. Así, mediante estudios en los que se analiza la actividad eléctrica cerebral, y aunque es necesaria más investigación, hemos pasado de considerarlo como un mero acto pasivo en el que no parecía ocurrir nada significativo, a identificarlo como un estado particular de la mente y la conciencia donde la actividad cerebral puede ser tan activa como cuando estamos despiertos, y en el que suceden cambios cruciales en el funcionamiento del cuerpo.
Los descubrimientos desde las neurociencias, y entre ellas la neuropsicología, han permitido diferenciar dos fases mientras dormimos; la fase del sueño lento o no MOR (Movimientos Oculares Rápidos), también denominada no REM (Rapid Eyes Movements), y la fase de sueño rápido/sueño MOR/REM. El primero de ellos se divide en cuatro etapas diferenciadas. Estas cinco fases se van alternando cíclicamente con una duración total de cada ciclo de unos 90 minutos. A continuación las exponemos brevemente:
Fase 1 de sueño ligero o no MOR. Es considerada la etapa de transición entre la vigilia y el sueño donde la persona todavía puede llegar a percibir algunos estímulos. Aquí el sueño es poco reparador, y a nivel fisiológico lo más característico es la disminución del tono muscular y la aparición de movimientos oculares lentos. Se calcula que pasamos aproximadamente entre el 5 y 10% de tiempo en esta fase.
Fase 2 de sueño ligero o no MOR. Aunque la actividad cerebral es similar, desaparecen los movimientos oculares. El sistema nervioso promueve la desconexión de las vías de acceso a la información sensitiva facilitando así el acto de dormir. El sueño resulta aquí parcialmente reparador y continúa disminuyendo el tono muscular. Aquí posiblemente es donde transcurre más tiempo, aproximadamente el 50%.
Fase 3 de sueño profundo no MOR. Aparecen las ondas lentas (delta), la actividad cerebral y el tono muscular continúan disminuyendo, junto con la tensión arterial y el ritmo respiratorio, los cuales también sufren una disminución significativa. Así pues, la desactivación sensorial aumenta. Y ocupa pocos minutos comparada con el resto.
Fase 4 de sueño profundo no MOR. Constituye la fase del sueño de mayor profundidad. La actividad cerebral es todavía más lenta (predominan las ondas delta), el tono muscular es casi imperceptible, y resulta clave para el correcto funcionamiento psíquico y físico, junto al equilibrio del organismo. El porcentaje aproximado de tiempo es de un 20%.
Fase 5 de sueño MOR. Se conoce también como fase de sueño paradójico. Esto es así debido a que existe un contraste evidenciado a través de la atonía muscular, que supone la relajación total típica del sueño profundo, y la activación del sistema nervioso, lo cual es signo de alerta y vigilia. Los movimientos oculares rápidos que se observan son parecidos a cuando nos encontramos despiertos. Y por último, el tiempo dedicado ronda el 25%.
Como alteraciones generales, debemos mencionar que a medida que aumentamos la supresión del sueño, podemos observar como se produce un claro deterioro en el funcionamiento durante el día. Además, el rendimiento intelectual también se ve afectado con alteraciones de la memoria, el razonamiento y la concentración. Los actos reflejos se ven entorpecidos lo cual dificulta el afrontamiento de ciertas situaciones (como la prevención de accidentes laborales, domésticos y especialmente de tráfico). Cuando esta privación es severa, pueden producirse ataques epilépticos, alteraciones neurológicas e incluso alucinaciones.
Por otro lado, como consecuencia pueden aparecer problemas psicológicos diversos, siendo los trastornos de ansiedad y los problemas de irritabilidad los más comunes. Aun así, es importante tener en cuenta que las dificultades en el sueño pueden ser tanto causa como consecuencia de estos últimos. Junto a esto, también resulta interesante destacar que pueden aparecer alteraciones durante los propios ciclos de sueño. En este sentido, por ejemplo, los terrores nocturnos y el sonambulismo aparecen durante las fases 3 y 4 del sueño no MOR. Además, las alteraciones en esta etapa acostumbran a provocar somnolencia diurna. En cambio, las pesadillas o la parálisis del sueño transcurren durante la fase de sueño MOR.
Es importante comentar que se recomiendan unas 7-8 horas de sueño para obtener un descanso adecuado. Aun así, debemos remarcar que para prevenir o reducir las alteraciones mencionadas, no es tan importante la cantidad de horas, sino la calidad de estas. Cada uno posee un sistema específico y, por tanto, unas necesidades concretas. De esta manera, algunos necesitarán dormir 5-6 horas diarias, y otros posiblemente más de 8. Para que el sueño sea reparador, debemos establecer una rutina y hábitos saludables, en los que ajustemos el tiempo a nuestra necesidad real de sueño y adoptemos conductas que favorezcan un descanso adecuado.
Este es un tema amplio en el cual están involucrados un amplio espectro de elementos. Aquí han sido comentados algunos de ellos de forma resumida, pero en caso de querer ampliar información, puedes contactar con nuestro equipo de psicólogos situado en Mataró. Atenderemos todas tus peticiones y procuraremos resolver todas las dudas que tengas.
Los tics se definen como movimientos musculares rápidos, locales y espasmódicos, que se manifiestan de forma inesperada, involuntaria, repetitiva, y a intervalos irregulares. La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) los define como vocalizaciones o movimientos motores súbitos, rápidos, no rítmicos, recurrentes y estereotipados. Atendiendo a estas primeras aportaciones, es probable que identifiquemos algún momento de nuestra vida en el que lo hayamos experimentado. A pesar de ello, es importante tener en cuenta que la gravedad del problema vendrá definida por el grado de deterioro que produzca en las diferentes áreas vitales de la persona.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que aunque se pueden experimentar en casi cualquier parte del cuerpo, suelen situarse por encima de los hombros, siendo los más comunes los tics faciales. Junto a esto, podemos diferenciar entre tics simples, los cuales tienen una duración breve (milisegundos) los cuales incluyen movimientos como encoger los hombros o el parpadeo de los ojos; y los complejos, cuya duración es más prolongada (segundos) y suelen resultar de combinaciones de tics simples (p.ej., encoger los hombros y girar la cabeza al mismo tiempo). Además de esto, y a pesar de que se consideran de aparición involuntaria, puede ejercerse un cierto control voluntario para impedir su aparición.
La etiología de estos se ha relacionado tanto con factores orgánicos como psicológicos. En relación a los primeros, y aunque no existe una evidencia clara, se ha propuesto al exceso de dopamina junto a una cierta vulnerabilidad genética (se propone a intervención de ciertos genes). En relación a los segundos, factores como el estrés, la ansiedad, la frustración o la insatisfacción han sido propuestos como mecanismos explicativos de la aparición y el agravamiento de los síntomas. Uno de los más destacables consiste en lo que se ha denominado impulso premonitorio. Las personas que sufren este particular problema informan de una sensación subjetiva de malestar que parece informar de que se va a producir el tic. Cuando este se realiza, automáticamente se produce un alivio del malestar, el cual puede actuar como reforzador para que se repita en futuras ocasiones.
Algunos ejemplos de trastornos asociados a este problema son el Síndrome de Giles de la Tourette, en el que la persona experimenta múltiples tics de carácter verbal y muscular, o la Corea de Huntington, cuya etiología es fundamentalmente orgánica y se asocia síntomas diversos. La aparición de la mayoría de los problemas citados tiene lugar durante la infancia y la adolescencia, y en la mayoría de casos, el curso suele ser crónico con diferentes fluctuaciones. En esta etapa de la vida, en la que transcurren una serie de cambios (tanto internos como externos) que ya de por sí son relativamente difíciles de gestionar, el inicio de este problema puede dificultar y limitar de manera significativa la vida social, académica y familiar del individuo. Como se ha comentado, la existencia de ciertos cuadros (principalmente de ansiedad), acostumbran a coexistir con el tic, por lo que el abordaje de los problemas psicológicos y emocionales resulta clave para asegurar un pronóstico favorable.
Desde la psicología infantil y de adultos se han propuesto diferentes abordajes útiles para disminuir el malestar asociado a este problema y para reducir su aparición. En este sentido, la Terapia Cognitivo-Conductual contiene métodos eficaces como la reversión del hábito o la exposición con prevención de respuesta que han obtenido resultados muy satisfactorios. Aunque como se ha comentado el problema suele cronificarse, estos procedimientos se han mostrado efectivos en la reducción de la frecuencia de aparición del tic (en algunos casos erradicación), y, consecuentemente, en el deterioro y limitación personal asociados.
Si deseas conocer más acerca de lo comentado o sobre cualquier otra cuestión, desde nuestro centro de psicología situado en Mataró estaremos encantados de resolver todas tus preguntas. No lo dudes y llámanos, te ayudaremos.