Los problemas alimentarios constituyen uno de los retos más frecuentes y complejos en nuestra sociedad actual. Muchos de ellos, como el que aquí se comentará, empiezan a manifestarse en edades tempranas, generando por una parte un malestar significativo a los padres y personas del entorno del niño, pero por otra, y en caso de ser detectado, posibilitando la prevención de problemas futuros de mayor gravedad. Por ello, merece la pena profundizar en una categoría que, aunque ha aparecido recientemente, resulta ser una de las situaciones más significativas, tanto por su prevalencia como por las limitaciones que provoca.
Esta problemática se conceptualiza como el trastorno alimentario que se pone de manifiesto por el fracaso persistente para cumplir las adecuadas necesidades nutritivas y/o energéticas, y que se encuentran asociadas a uno o más de los hechos siguientes: Pérdida de peso significativa (o fracaso para alcanzar el aumento de peso esperado o crecimiento escaso en los niños), deficiencia nutritiva significativa, dependencia de la alimentación enteral o de suplementos nutritivos por vía oral, e interferencia importante en el funcionamiento psicosocial. Así, debe cumplirse una o más de las características anteriores para ser diagnosticado. Además pero, se requiere que el problema genere malestar significativo, y por lo tanto suponga una limitación para la persona que lo sufre y/o para los demás. En este sentido, puede aparecer de diferentes formas, aunque las más frecuentes son la falta de interés por comer o alimentarse, la preocupación acerca de las consecuencias negativas o repulsivas que puede tener el comer, y la evitación a causa de ciertas características de los alimentos.
De esta forma, las personas, y especialmente los niños (ya que acostumbra a presentarse en la infancia), comen muy poco y/o evitan consumir ciertos alimentos. Siendo esto así, es posible que ingieran una cantidad tan baja de comida que lleguen incluso a perder mucho peso, repercutiendo en su propio desarrollo. Por ello, resultan frecuentes las deficiencias nutricionales, pudiendo llegar a ser incluso mortales. Junto a esto, además, estas personas pueden tener serias dificultades a la hora de participar en actividades sociales, como por ejemplo comer con otras personas y mantener el contacto con los demás. En este sentido, es importante diferenciarlo del “comer selectivo o caprichoso” que aparece frecuentemente en edades tempranas. En este caso, los niños por ejemplo, pueden elegir comer alimentos de un determinado color, olor o consistencia. A pesar de ello, este modo de alimentarse se relaciona con ciertos alimentos, y a diferencia de los que presentan el trastorno, acostumbran a tener un apetito normal, generalmente comen una cantidad de comida suficiente, y se desarrollan correctamente.
Es habitual que en un primer momento, los padres acudan al médico con tal de adoptar medidas nutritivas adecuadas, o incluso para encontrar la explicación a las dificultades alimentarias. Así, es común que los médicos realicen pruebas para detectar causas físicas. Aunque en ocasiones puedan encontrarse (p.ej., alergias alimentarias, problemas del tubo digestivo, etc), se considera que la principal explicación para esta problemática es psicológica, estando en muchas ocasiones asociado a otros trastornos alimentarios. Como consecuencia de esto, la intervención, además de médica o nutricional, debe centrarse en el establecimiento de hábitos adecuados, en el trabajo emocional, y en el establecimiento de pautas específicas para los padres.
Todos estos aspectos son trabajados especialmente desde la Terapia Cognitivo-Conductual, la cual abarca tanto población adulta como infanto-juvenil. Ésta, entre otras, es una de las especialidades que posee nuestro centro de psicología, situado en Mataró. Si deseas obtener más información, puedes contactar con nosotros. Estaremos encantados de ayudarte.