El trastorno de apego reactivo: características y repercusión
Desde el momento en que nacemos nos encontramos inmersos en un mundo lleno de estímulos, cuyo aprendizaje y afrontamiento condicionarán nuestra forma de encarar y relacionarnos en las diferentes situaciones vitales futuras. Junto a esto, ciertamente nuestras características personales (predisposición biológica, rasgos de personalidad, etc.) actuarán como mediadoras y determinarán gran parte de las diferencias que nos caracterizan individualmente. Además pero, la cantidad y calidad de experiencias que obtengamos en nuestro desarrollo, constituyen un aspecto crucial para nuestro correcto funcionamiento personal y social. Entre ellas, y siendo esta quizás la más significativa, se encuentra las relaciones y el vínculo que establezcamos con nuestros progenitores.
Así, nuestra infancia estará principalmente marcada por la influencia de nuestros padres, cuyo vínculo afectivo supone un importante predictor de nuestra salud y bienestar psicológico. En este sentido, siguiendo los argumentos del DSM-5, podemos hablar de trastorno de apego reactivo cuando el niño exhibe un patrón de comportamiento inhibido y emocionalmente retraído hacia los cuidadores adultos. Concretamente, el niño pocas veces busca consuelo o se deja consolar cuando experimenta malestar. Además, se diagnostica cuando existe una alteración social y emocional donde aparecen síntomas como irritabilidad, tristeza o miedo incluso cuando las interacciones con los adultos no son amenazadoras. Cabe tener en cuenta, que las diferentes problemáticas psicológicas pueden manifestarse de formas muy diversas en la infancia y adolescencia. Por ello, el espectro de síntomas posibles debe ser amplio, procurando adoptar además una mirada flexible.
Algunas de las principales causas relacionadas con el inicio de este problema se enmarcan principalmente en el apego, o más específicamente en la falta de apego entre los padres y el niño. Así, puede aparecer ante un cuidado insuficiente donde el niño no llega a tener las necesidades emocionales básicas cubiertas para disponer de bienestar y afecto. Además de esto, los cambios repetidos de cuidadores (p.ej., cambios de custodia) promueven un apego inestable. Relacionado con este último punto, también puede favorecer un desarrollo emocional y social negativo el experimentar constantes cambios contextuales y especialmente educativos. Todo ello puede generar sentimientos diversos y confusos en el niño, el cual puede exteriorizarlos de maneras muy diversas: ansiedad, tristeza, ira, rabia, miedos o fobias específicas, baja autoestima, problemas alimentarios, entre otros. Es importante remarcar que el inicio de este trastorno puede presentarse en diferentes edades. La reexperimentación de ciertas experiencias traumáticas en algún momento puede desencadenar los problemas citados, activando emocionalmente al niño de tal forma que se empiecen a manifestar los diferentes síntomas.
Tal y como hemos remarcado, los niños muestran los mismos problemas de formas muy heterogéneas. Una de las principales dificultades con la que nos encontramos al tratar con este trastorno, es el solapamiento existente con el Trastorno del Espectro del Autismo. En este, al igual que en el expuesto, aparece un patrón de comportamiento emocional y social distante como principal característica. Junto a esto pero, existen características exclusivas como pueden ser los patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades (p.ej., movimientos estereotipados repetitivos). Además de en este particular problema, podemos encontrar síntomas muy parecidos al trastorno de apego reactivo en muchos trastornos psicológicos. Por ello, es crucial realizar un diagnóstico diferencial adecuado de cara a establecer unos objetivos de tratamiento concretos, y adaptados específica e individualmente al niño.
El apego o vínculo entre padres e hijos constituye uno de los aspectos más importantes de nuestro desarrollo vital. Ser padres no es una tarea fácil, y detectar las necesidades de los hijos en ocasiones es todavía más complicado. Debemos procurar dedicar y proporcionar tiempo de calidad, proporcionando afecto y comprensión con tal de favorecer una maduración y aprendizaje emocional positivo, el cual a su vez permita a nuestros hijos desenvolverse de manera óptima en un mundo social e interactivo.
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