Gracias, perdona, te quiero: El poder de las palabras
Nacemos rodeados de personas significativas que le van dando sentido a nuestro mundo y nos aportan bienestar y estabilidad. Ciertamente, no siempre lo percibimos de esta manera y, en muchas ocasiones, aunque lo hagamos, no deja de ser curioso cómo a veces nos puede costar tanto exteriorizar y poner encima de la mesa lo que estamos sintiendo, especialmente cuando este puede ser un mensaje emocionalmente potente.
¿Qué nos impide hacerlo? Es importante en un primer momento autoobservarnos y averiguar qué nos lleva a dejar pasar la oportunidad de dar estos mensajes. A continuación te ofrecemos algunas opciones:
- Restarle importancia: Sería quizás uno de los primeros factores y más importantes. Quitamos la importancia a decir o demostrar ciertas cosas, infravalorando el efecto que pueden tener.
- Olvido: Se relaciona directamente con el anterior. Cuanta menos importancia le damos, muy posiblemente más lo dejaremos pasar.
- Orgullo: Somos muy orgullosos, y esto hace que especialmente en situaciones conflictivas o discusiones, no cedamos, fomentando que sea todavía más complicado que exterioricemos una emoción o pensamiento positivo.
- Esperar a que sea el otro: Relacionado con lo anterior, no queremos ser los primeros. Damos mayoritariamente cuando recibimos, no dándonos cuenta de que si cambiamos el orden, y somos nosotros los que empezamos a hacerlo, es posible que provoquemos reacciones positivas en los demás, lo cual concluya en que pueden animarse con más facilidad a hacer lo mismo.
- Aprensión a la sensibilidad: En ocasiones existe cierto miedo a mostrarnos sensibles por el hecho de hablar sobre emociones o por decir ciertas cosas. Como si al hacerlo nos mostráramos demasiado sentimentales, blandos o delicados.
Debemos intentar dejar atrás nuestros prejuicios en relación a decir o mostrar ciertas emociones y atrevernos a experimentar. Los beneficios aparecen tanto a nivel personal como en relación a los otros. Al hacerlo, generamos un clima de mayor confianza, de bienestar e incluso de gratitud. Provocamos que el otro se sienta escuchado, querido y que por ello pueda permitirse abrirse a hacer lo mismo con nosotros. Sería algo así como “dar para recibir”, aunque no en el sentido literal, ya que es importante no esperar siempre algo a cambio, sino encontrar el beneficio en simplemente ser nosotros los que realizamos el cambio y nos atrevemos a utilizar estas magníficas palabras.
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