La culpa: qué importancia tiene y cómo afrontarla
La culpa, al igual que la tristeza, la alegría, el enfado o la vergüenza, es una emoción básica que habremos podido experimentar en una gran cantidad de situaciones a lo largo de nuestras vidas. Resulta tan habitual, que no es incluso extraño que haya aparecido repetidamente en un mismo día. Desde la psicología, la podemos definir como el sentimiento originado como resultado de una acción que ha provocado un daño y en la cual se encuentra inmiscuida una sensación, en mayor o menor grado, de responsabilidad. Así, aunque la intensidad y el contexto en que la sentimos pueden variar de una persona a otra, la mayoría coincidirá en que se trata de un compendio de sensaciones en cierta manera desagradables o incómodas.
Si buscamos situaciones vitales donde haya aparecido esta particular emoción, podremos encontrar una variedad muy amplia de ejemplos que nos ayuden a identificarla. Aun así, en todas ellas podremos diferenciar dos tipos posibles de acontecimientos: aquellos en los que están involucradas directamente otras partes o personas (p.ej., no debería haberle dicho eso a Juan, tendría que haber ido a ver a mi hermana, etc.), y los que se refieran únicamente a nuestra propia identidad o persona (debería haber estudiado más, no sirvo para esto, etc.). Bien es cierto, además, que existen situaciones que de por sí pueden acompañarse fácilmente de un sentimiento de culpa. Por ejemplo, situaciones como olvidarse de algo importante, hacer un comentario inadecuado, o gritar a alguien de manera exagerada siendo conscientes de que ha estado fuera de lugar, acostumbran a traer consigo mismas la culpabilidad. En todas ellas pero, la interpretación que hagamos de nosotros mismos en relación a lo que hayamos o no hecho o dicho, jugará un papel crucial para explicar el malestar consecuente. Por ello, resulta particularmente relevante analizar el grado de responsabilidad que poseemos sobre la situación.
De esta forma, cuando este sentimiento sea elevado, se producirá un malestar emocional traducido en diferentes sensaciones como angustia, irritabilidad, nerviosismo, ganas de llorar, entre otros. Y si este persiste, pueden originarse cuadros específicos como depresión o ansiedad que pueden actuar como potenciadores de ese malestar. Además de esto, y aunque en muchas circunstancias la culpabilidad sea legítima y proporcionada, en ocasiones podemos cometer una serie de errores que favorecen que se genere un sentimiento de culpa excesivo e inadecuado. A continuación, se exponen algunos de los principales sesgos que cometemos y mecanismos posibles para afrontarlos:
– Erradicar o no aceptar la emoción: Ante emociones intensas y especialmente molestas, es típico que queramos evadirnos o suprimir el malestar que nos produce evitándola. Como hemos expuesto, nos encontramos ante un sentimiento no solamente muy frecuente, sino también necesario. Así, aunque ciertamente produce cierto malestar, es importante identificarlo y vivirlo, procurando identificar las causas de su aparición. Esto nos aportará un aprendizaje emocional muy significativo.
– Atribución incorrecta de culpa o exceso de responsabilidad: En el primer caso, podemos cometer el error de atribuirnos de manera equivocada la culpa de un acontecimiento, cuando quizás nuestra repercusión es mínima o nula. En otras ocasiones, aunque hayamos sido partícipes o mínimamente responsables de lo que ha pasado, tendemos a exagerar nuestros actos alimentando así el malestar. Por ello, debemos aprender a adoptar puntos de vista realistas sobre las situaciones, buscando pruebas a favor y en contra de aquellos pensamientos y creencias que nos estén haciendo sentir mal.
– Atención selectiva: Uno de los efectos que se producen cuando este tipo de sentimientos nos abruma, recae en fijarnos o recordar aquellos aspectos que nos confirmen que pudimos haber hecho mejor las cosas. De esta forma, echando la mirada hacia atrás, buscamos evidencias de que actuamos de manera negativa y nos centramos en aquello que nos confirma que nos culpabilice todavía más. Así, aunque es importante aceptar (de manera realista) la culpa, es importante no olvidarnos de atender a aquellos hechos que nos ayudan a sentirnos mejor, adoptando una mirada más de presente a futuro, y no tanto de presente a pasado.
– Desvalorización: Otro de los aspectos clave es el diálogo que mantenemos con nosotros mismos, es decir, el diálogo interno. Las críticas a nuestra forma de ser y a nuestro comportamiento pueden ser constantes, entrando en una esfera de muy poca positividad o bienestar para nuestro estado de ánimo. Estos además, acostumbran a ser generales, exagerados y dicotómicos. En este sentido, los mensajes que nos demos deben tener en cuenta también los aspectos positivos, y sobre todo aquello que nos ayude a ver o relativizar nuestra actuación o afrontamiento negativo.
En resumen, la culpa ocupa una parte inevitable de nuestra vida, y es resulta particularmente importante y útil reconocerla. Inmiscuidos en esta, aparecen toda una serie de elementos como sensaciones, pensamientos y comportamientos que pueden aumentar el malestar que ya de por sí nos puede generar. El reconocimiento y trabajo de las emociones supone una de las piedras angulares de nuestro bienestar.
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