La Metacognición y la Flexibilidad Cognitiva
Los seres humanos somos seres pensantes, racionales. Tratamos de comprender constantemente el mundo transformando la información que recibimos, realizando predicciones, inferencias, juicios, análisis y tomando decisiones. Nuestra mente trabaja de manera continuada casi sin parar. Las capacidades o habilidades cognitivas, a grandes rasgos, se pueden definir como aquellas herramientas u operaciones mentales que nos permiten procesar e integrar la información de nuestro entorno. Es probable que a lo largo de la vida hayamos oído hablar de algunas de ellas, como pueden ser la memoria, la atención, la percepción, o el razonamiento. Todas ellas constituyen procesos psicológicos que facilitan la comprensión e interacción con el medio, y que además se encuentran estrechamente interrelacionadas. Entre estas se incluyen dos que, aunque no acostumbran a ser conocidas, poseen una importancia crucial para nuestra adaptación; la metacognición y la flexibilidad cognitiva.
Desde áreas como la psicología cognitiva o la neuropsicología se estudian estos y otros mecanismos, junto a su importancia en relación a patologías concretas. A partir de éstas ramas, podemos definir la metacognición como la habilidad que nos permite comprender y ser conscientes de nuestros propios pensamientos, y también de la capacidad de los demás para razonar y realizar juicios sobre la realidad. Además, nos facilita anticipar las actitudes y conductas propias y ajenas. Esto, como se habrá podido intuir, posee una clara relevancia tanto a nivel personal como social, ya que sirve como vehículo para una adecuada interacción con nuestro entorno. En este sentido, una de las habilidades personales más vinculadas con este fenómeno es la empatía. Así, el hecho de poder predecir y analizar los estados mentales y emocionales nos permite comprender y adecuarnos a sus necesidades, a su estado anímico y psicológico. Cabe mencionar pero, que en ocasiones esta herramienta se encuentra deteriorada, o sencillamente no aparece. A menudo, cuando hablamos de estos casos nos estamos refiriendo a trastornos psicológicos específicos, como pueden ser la Esquizofrenia o el Autismo.
Por otro lado, existe también un mecanismo (quizás más conocido), que posee una importancia equiparable e incluso superior, la flexibilidad cognitiva. Si siempre mantuviéramos la misma perspectiva y visión sobre lo que nos rodea sería sumamente difícil que aprendiéramos a afrontar, o mejor dicho, a aceptar algo incongruente con nuestra forma de entender la realidad. De esta forma, la flexibilidad tiene que ver con la capacidad de adaptarnos a las nuevas situaciones y condiciones, de poder modificar nuestros esquemas en función de nuestras experiencias, y de asumir y entender que existen otras perspectivas, pensamientos y motivaciones. Por todo esto, al igual que el mecanismo anterior, es crucial para la creación de vínculos, y por tanto, configura nuevamente un aspecto clave dentro de las habilidades sociales. Al igual que el anterior, en ocasiones podemos observar como esta estrategia aparece claramente deteriorada. En trastornos como la Depresión, la Ansiedad o en personas con problemas de autoestima, a menuda se puede apreciar como poseen pensamientos y creencias rígidas sobre el mundo y sobre ellas mismas (ej., el mundo es peligroso, no valgo para nada, pasará algo grave ). Esta forma de procesar e interpretar la realidad supone una clara limitación para su desarrollo, repercutiendo significativamente en su estado de ánimo.
Debemos tener en cuenta que las problemáticas asociadas a las dos habilidades expuestas pueden abarcar sectores diversos de la población, afectando tanto a niños como a adultos. Por ello, las diferentes intervenciones psicológicas y psiquiátricas poseen una clara importancia. Entre sus componentes, el entrenamiento cognitivo puede ayudar a recuperar o potenciar las habilidades expuestas, además de mejorar aquellas ya adquiridas.
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