Cuando dormimos, y sobre todo cuando descansamos bien, todos somos conscientes de lo beneficioso que resulta para nuestro día a día, y sobre todo para nuestro rendimiento. Notamos la cabeza despejada, se reducen los dolores de cabeza y tensionales, e incluso podemos notar una estabilización o mejora del estado de ánimo. A pesar de ello, el sueño se considera un fenómeno complejo del que todavía queda mucho por conocer e investigar, siendo la problemática aquí descrita una de las alteraciones más singulares.
La parálisis del sueño se define como aquel trastorno del sueño en el que a la persona le resulta incapaz realizar cualquier movimiento voluntario. Así, durante generalmente un corto de tiempo (desde segundos, hasta 1-2 minutos), existe un estado de semiconsciencia (entre el sueño y la vigilia), en el que solo se es capaz de observar lo que ocurre alrededor, sin poder realizar ninguna acción física. De esta forma, la persona se despierta parcialmente, sin tener control muscular. Estos episodios terminan por sí solos, o cuando se mueve o toca a la persona. Además, en algunos casos se pueden tener síntomas asociados como alucinaciones hipnopómpicas (al despertar), sobre todo en la visión periférica, y pesadillas, las cuales causan temor. Por otro lado, aunque no afecta a las funciones vitales como la respiración o los latidos cardíacos, al ser movimientos involuntarios, pueden aparecer síntomas de ansiedad ya que existe habitualmente una sensación de asfixia o de no poder respirar adecuadamente al no poder controlar voluntariamente los músculos, lo cual no se acompaña de un riesgo real de ahogo.
Entre sus principales causas, se habla de una falta de coordinación entre ciertas áreas cerebrales y la parte del sistema nervioso que se encarga de ordenar a los músculos que pueden ser controlados voluntariamente. Así, a pesar de que la persona haya recuperado la consciencia y despierte, sus músculos percmanecen “desconectados” del cerebro, porque siguen en el estado inerte que se presenta en la fase REM, cuando soñamos. Junto a esto, también se asocia a diferentes afecciones neurológicas.
Finalmente, aunque se habla de una prevalencia más bien baja, su incidencia muestra un progresivo aumento. Así, algunos estudios indican que aproximadamente un 60% de la población podría llegar a sufrirlo como fenómeno aislado. A pesar de ello, sus efectos negativos van más allá, ya que se sitúan principalmente en la subjetividad y el conjunto de sensaciones vividas por la persona que la sufre.
Los tratamientos psicológicos y psiquiátricos resultan especialmente útiles para esta problemática. En nuestro centro, situado en Mataró, estamos especializados en esta y muchas otras patologías. Si deseas conocer más, no lo dudes y ponte en contacto con nosotros, te ayudaremos.