Todos nosotros sufrimos pérdidas. En muchas ocasiones, por desgracia e inevitablemente, de seres queridos, pero también de relaciones, trabajo, mascotas, posesiones, e incluso objetos con los que tenemos un vínculo significativo. Ante todo esto, y siempre y cuando exista una conexión, un vínculo, o le atribuyamos un significado personal y especial, tras su pérdida, sufriremos una reacción emocional en forma de malestar, que puede ser más o menos intensa, y más o menos duradera. A esto le llamamos duelo.
Así, el duelo supone una reacción absolutamente normal ante una pérdida. Es el proceso de adaptación por el cual tendremos que pasar tras el suceso, el cual estará caracterizado por diferentes síntomas como la tristeza, la impotencia, la ansiedad, la frustración, la irritabilidad, o la rábia. La aparición de estos depende de cada persona, de sus vivencias, de sus experiencias e influencias familiares y sociales, y de sus características de personalidad. Cada uno de nosotros reaccionaremos de manera distinta, pero reaccionaremos. Así pues, se trata de un camino inevitable, que puede ser doloroso, pero absolutamente normal. Por ello, no hay que entenderlo como lo que no es:
- Es como una depresión: El duelo no es una enfermedad, sino una reacción totalmente normal y adaptativa ante la pérdida de algo o alguien significativo para nosotros.
- Se resuelve en un año: No hay ningún tiempo estipulado. Cada persona lo vive de manera diferente, y depende de diferentes factores que el malestar que produce la pérdida disminuya o cese.
- Cuando es una muerte “natural” y de “alguien mayor”, es fácil: Para nada, lo importante es la profundidad del vínculo que se tenía, así que va mucho más allá de la causa y la edad.
- Los niños no sufren duelos: Totalmente falso. Aunque su nivel y manera de comprensión es distinta, los niños expresan el duelo de maneras muy diversas (en ocasiones siendo mucho más transparentes que los adultos), y se les debe acompañar. Son típicas las reacciones de enfado, rábia o la aparición de tristeza y miedos.
- Quien más llora es el que sufre más: El duelo y el malestar no se reducen al llanto. Existen emociones complejas implicadas, y no todas se expresan a través del lloro.
En muchas ocasiones, o bien estigmatizamos o no terminamos de comprender ciertas reacciones. Aunque podemos actuar con la mejor de nuestras intenciones, relativizar o comparar con otras problemáticas, vivencias o personas, no resulta útil, ni para nosotros mismos ni para los demás. Es importante informarnos y acudir a un profesional, el cual nos proporcionará las herramientas y el conocimiento necesario para gestionar nuestra situación.
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– Eric Badia.