¿Cuáles son las principales tareas del duelo?
El duelo, y su afrontamiento, han sido objeto de numerosos estudios e investigaciones, ya que aunque supone una parte inevitable de nuestras vidas, puede resultar una de las tareas más arduas de afrontar. Este se define como el proceso de adaptación emocional consecutivo a cualquier pérdida (p.ej., de un ser querido, de una relación, de un empleo, de un objeto…). Y resulta sumamente importante puntualizar que lo que marcará el malestar y la intensidad de éste, será la percepción de la propia persona, tanto de la importancia de aquello perdido, como de su capacidad para adaptarse a ello.
De esta forma, William Worden, uno de los autores más interesados en este tema, propuso que tras una pérdida, la persona elabora una serie de etapas cuyo procesamiento y afrontamiento permite realizar un proceso sano y adaptativo, y previene la cronificación del malestar:
- Aceptar la realidad de la pérdida: Es frecuente que nuestra primera reacción sea de irrealidad, de negación sobre lo que ha pasado. Esto, progresivamente da paso a una pequeña transformación, donde mediante la duda, nuestra rutina diaria y el apoyo de los demás, se va generando la idea de que el reencuentro no es posible.
- Trabajar las emociones: el dolor tras este acontecimiento es totalmente real, y se manifiesta tanto mediante problemas físicos como psicológicos o emocionales (ansiedad, síntomas depresivos…). No todos los vivimos con la misma intensidad, pero generalmente no solemos estar preparados para el torbellino de sensaciones que nos sacudirán en este proceso. Por ello, reconocer y procesar este dolor supone uno de los pasos más importantes.
- Adaptación a la ausencia: adaptarse al entorno sin el ser querido o sin aquello apreciado, implica tareas tanto externas como internas. Es decir, supone adaptarnos a cómo influye ésto a la imagen que tenemos de nosotros, de nuestros valores, creencias, etc., y adaptaciones relacionadas con los quehaceres del día a día en la persona ausente.
- Recolocar y continuar: Finalmente el autor propone hallar una conexión duradera con el fallecido o aquello perdido, y seguir viviendo. Se describe pues, la necesidad de encontrar un vínculo perdurable, de forma que a la vez puedan instaurarse otros repertorios de comportamiento adaptados al entorno sin esa persona.
Cada uno seguimos nuestro ritmo para pasar por las diferentes fases, y es común transitar por ellas de manera alternada en función de cómo nos sintamos. Lo que marca la dificultad o el malestar experimentado, puede ser el tiempo en el que nos pasemos en una de ellas, quedándonos anclados.
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