LA CARTA DEL PERDÓN
Las emociones forman parte inherente e inevitable de nuestras vidas. Nos ayudan a dar color a las diferentes situaciones que vivimos, hasta tal punto que tendemos a recordar mucho más a una persona o un acontecimiento, cuando estas son intensas y están asociadas a momentos o contextos significativos. Aunque todos/as nosotros/as tenemos una concepción de cuáles se pueden catalogar como positivas y como negativas, son las características de intensidad y duración las que marcan su carácter disfuncional (p.ej., alegría o euforia elevada y permanente es característica de la fase maníaca del Trastorno Bipolar). Por ello, aceptar y normalizar que podamos tener o pasar por sentimientos negativos resulta no sólo imprescindible, sino también terapéutico.
Podemos definir la culpa como la emoción que aparece cuando nos atribuimos o nos atribuyen la responsabilidad de un suceso o acción negativa (perjudicial), el cual afecta a una situación o persona. Es una sensación interna permanente de haber hecho algo negativo, de ser mala persona, o de haber infringido alguna norma o ley, produce un malestar significativo, y aparece tanto en situaciones reales como imaginarias. Esta última diferenciación es importante, ya que el efecto negativo o perjuicio puede ser real u objetivo (p.ej., tropezar y dar un golpe a alguien sin querer) o subjetivo, el cual es fruto de una interpretación ajena o personal, y acostumbra a aparecer en situaciones de más ambigüedad. En este sentido, si acostumbramos a responsabilizarnos y castigarnos por los sucesos, somos personas autoexigentes y rígidas, y tenemos una alta necesidad de control considerando que siempre podemos hacer algo para modificar las situaciones, fácilmente nos sentiremos frustrados, incapaces, desesperanzados, y dañaremos nuestra autoestima, pudiendo llegar a concluir cosas como “soy mala persona”, o “no soy capaz”, o “soy inferior”…
¿Cómo podemos afrontar el sentimiento de culpa? Este incapacitante sentimiento únicamente puede afrontarse reprocesando, reinterpretando y transformando todos aquellos mensajes negativos que nos hemos inculcado y nos han hecho creer que somos merecedores del castigo. Para ello, te proponemos un ejercicio práctico muy útil, la “Carta de disculpa hacia ti mismo/a o hacia el otro”. El autoperdón es esencial, disculparnos por el posible daño infligido supone un paso clave hacia la autoaceptación. Y es que son muchos y diversos los beneficios inherentes:
- Exteriorización: En primer lugar, nos permite descargar todo el malestar que poseemos de una manera pausada y ordenada (recordemos que la mano va mucho más lenta que nuestra cabeza!).
- Gestión emocional: facilita plasmar, experimentar y disminuir la intensidad de todas aquellas emociones que nos suscita la situación (p.ej., ansiedad, pena, rábia, frustración, tristeza, irritabilidad…).
- Reestructuración: Ayuda a enumerar y reprocesar los autorreproches y automensajes negativos que nos hemos ido diciendo. Al irlo escribiendo, podemos ser conscientes de la magnitud con la que nos hemos castigado, e incluso de la distorsión que hemos realizado al analizar los acontecimientos.
- Autoaceptación: Es quizás la parte más importante, y la que repercute más en nuestra autoestima. La conclusión de un buen reprocesamiento se hace patente en una mayor aceptación de uno/a mismo/a, un mayor autorrespeto, y por tanto, una disminución del autocastigo.
Junto a esto, la utilidad de la carta puede ir mucho más allá, ayudándonos en futuras situaciones no solo a interpretar los hechos de una manera más objetiva, sino a definir planes de acción y formas de afrontamiento mucho más adaptativas.
Eres humana, y lo más probable es que haya cosas de tu pasado por las que te sientas culpable, cosas en las que tomaste una mala decisión y lastimaste a otros o a ti misma.
Si te has equivocado o has fallado ¡por dios! No te pongas a la defensiva ni te pongas a justificarte buscando responsabilidades fuera de ti.
Reconocer un error y disculparte por el daño que hayas podido causar es un gesto de lo más constructivo que indica una GRAN MADUREZ EMOCIONAL. No se puede cambiar lo que sucedió pero diciendo la palabra mágica «LO SIENTO» se puede reparar una gran parte del daño que se haya podido causar.
Ha llegado el momento de pedir perdón por todas esas cosas por las que sientes culpa ya sea a ti misma o a alguien a quien sientas que has herido: Escribe una carta dirigida a ti misma o a esa persona a la que has lastimado en la que reflexiones acerca de las circunstancias que tenías en aquél momento para comprender por qué actuaste como lo hiciste. Háblate con cariño y compasión y pídete perdón por ello. Verás que es un ejercicio muy liberador. ¡Adelante!