El Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) en la infancia
Una de las categorías más interesantes es el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Éste, aunque inicialmente se concebía como una serie de reacciones leves y transitorias a situaciones específicas, poco a poco se evidenció que existían personas que mostraban presentaciones graves y duraderas. El trastorno, a nivel general, se define como la exposición a la muerte, lesión grave o violencia sexual (real o amenazada), que conlleva la presencia de síntomas de intrusión (recuerdos frecuentes, sueños angustiantes, reacciones fisiológicas…), evitación, alteraciones cognitivas y del estado de ánimo, y afectación de la alerta y la reactvidad (irritabilidad, comportamiento imprudente, problemas de concentración…), y que tiene una duración superior a un mes. En este sentido, recientemente se ha comprobado que los niños reflejan ciertas peculiaridades, recalcando que incluso resulta tan o más importante obtener información de estos mismos y contrastarla con la de los padres. Esto es así debido principalmente a que los padres tendían a informar de un menor sufrimiento del niño, como por ejemplo de niveles de ansiedad significativamente más bajos en comparación con los declarados por los pequeños. Por todo esto, los diferentes sistemas de clasificación de los trastornos mentales han incluido recientemente especificaciones en cuanto a los síntomas en niños y adolescentes.
En la infancia, se ha remarcado que la reacción inicial puede ser una conducta agitada o desorganizada. Al igual que en la depresión, la irritabilidad puede estar especialmente presente, y lo que puede parecer un problema de comportamiento, en realidad enmascara un componente emocional y de sufrimiento importante. Junto a esto, y sobretodo en edad preescolar y escolar, es frecuente la reescenificación de diversos aspectos de la catástrofe durante el juego. Por ello, observar su comportamiento durante esta situación resulta clave para el diagnóstico y el tratamiento. Conviene además destacar que, aunque al principio el juego puede formar parte de los síntomas, si éste evoluciona puede convertirse en parte del proceso de recuperación, ya que facilita el reprocesamiento del acontecimiento traumático. Otro aspecto a considerar es que los niños pueden manifestar mayor frecuencia e intensidad de miedos específicos ante estímulos relacionados con la experiencia, pero no ante aquellos no relacionados. Por ejemplo, si el suceso ocurrió en un lugar específico, o ante objetos concretos, pueden mostrar un intenso malestar ante estos o parecidos en el futuro. Por otro lado, suelen producirse dificultades de separación de las figuras importantes, mostrando una excesiva dependencia (p.ej., reticencia a ir al colegio o querer dormir con los padres). Son frecuentes también los problemas de sueño, el bajo rendimiento escolar, la pérdida de interés en actividades que antes se disfrutaban, e incluso un sentimiento de culpa por haber sobrevivido.
Por último, conviene tener especialmente presente que no todos los niños experimentan el mismo patrón o intensidad de síntomas. La reacción puede variar en duración y fluctuación a lo largo del tiempo. En este sentido, algunos de los factores que influyen en las reacciones son: las diferencias individuales en vulnerabilidad (previa al suceso), el grado de exposición al suceso (no es lo mismo haberse visto involucrado que haberlo presenciado), y las reacciones de los padres.
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