Dentro del mundo de la psicología clínica existen alteraciones y dificultades muy diversas, que aunque pueden presentar características comunes, tienen aspectos específicos remarcables, y las cuales no solamente generan altos niveles de malestar, sino que se presentan en un porcentaje más frecuente de lo que imaginamos en nuestra sociedad. Este es el caso del Trastorno Dismórfico Corporal (TDC), el cual afecta a aproximadamente un 2,4% de la población, y presenta un curso crónico y persistente.
Esta problemática se sitúa dentro del espectro de trastornos obsesivos y relacionados, en los cuales aparecen pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes (obsesiones) que se experimentan como intrusos/inapropiados y causan ansiedad o malestar, y que pueden verse acompañados o no de comportamientos o actos mentales de carácter repetitivo (compulsiones) que se realizan en respuesta a esos pensamientos o según ciertas reglas (p.ej., cerrar el gas 10 veces para prevenir un incendio). Habitualmente las personas pueden ser conscientes de lo irracionales que pueden ser tanto los pensamientos como los comportamientos asociados, pero pueden no identificarlo. Así, el TDC se caracteriza por presentar una preocupación por algún defecto imaginado en la apariencia física, y en caso de existir una anomalía, la preocupación es excesiva. Además, en algún momento del curso, el sujeto ha realizado comportamientos (p.ej., mirarse espejo, asearse en exceso) o actos mentales (p.ej., comparar su aspecto con el de otros) repetitivos como respuesta a la preocupación por el aspecto. Otra característica relevante es que las personas con este trastorno pueden tener dismorfia muscular, la cual se define como la preocupación por el hecho de que su estructura corporal sea demasiado pequeña o poco musculosa.
Aunque su inicio suele ser gradual, tiende a cronificarse. Además, presenta una elevada prevalencia de ideación suicida asociada. Entre sus causas, se ha evidenciado una cierta predisposición biológica, en la que existiría una disminución de serotonina, la influencia de ciertos modelos educativos (p.ej., perfeccionismo, rigidez, autoritarios…), y la participación de algunas actitudes relacionadas con la imagen corporal. Junto a esto, conviene tener en cuenta que puede presentarse con otros trastornos como los Trastornos de la Conducta Alimentaria, con los que tiene características comunes (p.ej., la distorsión de la imagen corporal). Por ello, será imprescindible realizar una evaluación minuciosa de cada caso para realizar un diagnóstico acurado que nos permita definir objetivos de tratamiento eficaces y eficientes.
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