La evitación pasiva y la evitación activa
La forma en que afrontemos, cognitiva, emocional y comportamentalmente, aquello que nos genera malestar, marcará indudablemente la superación o la persistencia del problema. No adoptamos una única estrategia para todos los problemas, sino que en función de estos, y del grado de competencia y control con el que nos percibamos, utilizaremos una u otra alternativa. Especialmente ante aquellos que nos provocan una reacción emocional intensa, sea de miedo, de tristeza, de ansiedad, o de cualquier otra emoción, es común que inicialmente nos ayudemos de la evitación.
La evitación se define como la estrategia o el comportamiento mediante el cual escapamos, nos apartamos o rehuimos de objetos y situaciones aparentemente aversivas, o que pueden producirnos ansiedad o malestar. De esta forma, alejarnos inicialmente de la fuente de malestar, negando o ignorando el problema, es algo totalmente normal y habitual, y supone un mecanismo de defensa ante situaciones especialmente dolorosas. A pesar de esta concepción general, resulta interesante diferenciar entre dos tipos de evitación:
- Evitación pasiva: Enmarca todas aquellas conductas encaradas a alejarnos de la fuente o estímulo aversivo. El ejemplo más claro aquí son las fobias. La persona buscará huir ante la percepción de peligro (p.ej., en el miedo a las alturas, no subir a pisos elevados; en el miedo a espacios cerrados, eludir ascensores o habitaciones pequeñas…etc.). Existen otras como el miedo a hablar en público, donde se evitarán las exposiciones, o el miedo al fracaso, donde quizás rechazamos ofertas de trabajo o ciertas situaciones por el temor a no cumplir con ciertas expectativas.
- Evitación activa: Aquí se sitúan todas aquellas conductas que realizamos para prevenir el malestar y la ansiedad. En este caso, hablamos de acercamiento a fuentes de tranquilización de forma activa, para prevenir un “mal mayor”. Por ejemplo, en la hipocondría, es típico que la persona vaya de médico en médico en búsqueda de información tranquilizadora. De esta forma, se percibe con control ante la posible enfermedad, y elude la exposición a cualquier posibilidad de caer enfermo. También cuando buscamos asegurarnos de haber realizado bien algo, preguntando constantemente a los demás, estamos eludiendo el posible “fracaso”, pero aproximándonos a información que consideramos válida para controlar el miedo.
De esta forma, aunque la evitación forma parte inevitable de nuestro repertorio de conductas de afrontamiento, y en ciertas situaciones puede resultar efectiva y adaptativa, a largo plazo puede mantener e incrementar los problemas, al mantener la ansiedad o el malestar. Debemos identificar qué hacemos y qué dejamos de hacer ante los problemas, y procurar encontrar la alternativa más adecuada para ellos.
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