Categorías alternativas para los problemas alimentarios
Los humanos somos seres complejos, quizás la especie más compleja que existe. No solo presentamos diferencias entre nosotros, sino que incluso podemos variar nosotros mismos en el transcurso del tiempo, en diferentes ambientes, e incluso ante diferentes personas. Esto nos tiene que hacer ver la relevancia de tener en cuenta todas y cada una de nuestras características a la hora de comprender tanto nuestras conductas como nuestro estado emocional. Así, a nivel patológico sucede lo mismo; conviene considerar un gran número de variables, seleccionar aquellas más relevantes y trabajar para mejorar tanto el diagnóstico como la intervención aplicada. En este sentido, son diferentes los sistemas usados para clasificar los diferentes trastornos mentales, todos ellos buscando ofrecer un sistema exhaustivo y representativo de las diferentes problemáticas que sirva para potenciar lo comentado. A pesar de ello, no son pocos los casos que comparten características para más de una categoría, siendo uno de los principales los Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Dentro de esta amplia problemática, se ha visto que las personas, y en especial los niños, no sólo pueden cumplir criterios para más de una categoría, sino que en ocasiones presentan características de muchos pero sin llegar a tener todas los necesarios para definir una, por lo que se acostumbran a englobar dentro de el subtipo llamado “Trastorno alimentario no especificado”. Ante esta situación, nacen propuestas como la del Great Osmond Street, en Inglaterra. Este grupo de trabajo recoge los problemas alimentarios que, a su juicio, se dan en niños y adolescentes con mayor frecuencia. Para ello, tienen en cuenta que únicamente el 50% de los niños de entre 7 y 15 años exhiben criterios según los métodos de clasificación tradicionales. Así, a parte de la Anorexia y la Bulímia Nerviosa, proponen las siguientes categorías:
- Ingesta Selectiva: Este trastorno tiene como característica principal la restricción del repertorio de alimentos durante un periodo prolongado (como mínimo 2 años). Además, se acompaña de una falta de deseo por probar nuevos alimentos. Conviene recordar, que en ciertas etapas, especialmente en la etapa preescolar, el niño puede rechazar diferentes alimentos y centrarse en unos pocos, pero sólo deberá preocuparnos si persiste en el tiempo y si le deficiencia nutritiva es significativa. Junto a esto, esta alteración se acostumbra a presentar con otros problemas como el Autismo o la Discapacidad Intelectual.
- Trastorno Emocional de Evitación Alimentaria: Se define, paradójicamente, como el trastorno que implica evitación de la alimentación, en ausencia de un trastorno afectivo primario. Se añade, además, que debe existir una pérdida de peso. Esto no sorprende considerando que la persona rechaza activamente el hecho de comer.
- Disfagia funcional: En este caso, aparte de presentar una clara evitación de alimentos, la persona experimenta un gran miedo a atragantarse o vomitar, lo cual acostumbra a ser la causa del rechazo alimentario. Por ello, procuran no ingerir principalmente alimentos sólidos, aunque los casos más graves pueden tener dificultades incluso con los líquidos.
- Síndrome de Rechazo Alimentario: Podría considerarse uno de los más graves, de los aquí especificados. Esto es así debido a que no solamente existe un profundo rechazo a comer y beber, sino también a andar, hablar e incluso a cuidar de sí mismo. Un aspecto importante además, reside en el hecho de que los niños y niñas que sufren esta patología se resisten a los esfuerzos que se realizan para cuidarlos, lo cual dificulta no solamente que sigan las pautas de padres o cuidadores, sino también que se adhieran a una intervención terapéutica.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria no son los únicos en los que se han propuesto alternativas. Poco a poco la comunidad científica considera en mayor medida que las patologías muestran una gran heterogeneidad en función de la persona que las sufre, y procura definir criterios más dimensionales, que permitan una mayor flexibilidad a la hora de diagnosticar, y consecuentemente de intervenir.
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