Cada uno de nosotros tiene una forma concreta de percibir el mundo y los demás. Aunque estemos dentro del mismo, e incluso con experiencias similares, desarrollaremos una forma única y personal de ver lo que nos rodea. Así, bajo la influencia evidente de nuestra cultura, sociedad, y nuestra familia y amigos, todos nosotros iremos construyendo una imagen de lo que somos y del resto, para poder desenvolvernos en un entorno complejo y lleno de estímulos.
La ley del espejo fue introducida por el psicoanalista Jacques Lacan, el cual defendía que la construcción de la personalidad se produce a partir de la captación de la imagen de uno mismo en los demás. En esta línea, la ley postula que lo que vemos, o más bien, lo que percibimos e interpretamos de fuera, en realidad reside en nuestro interior. Así, el exterior actuaría como un espejo para nuestra mente. Un espejo donde se reflejan diferentes características, cualidades y aspectos personales de nuestra esencia.
En este sentido, cuando algo nos molesta o nos desagrada de los otros, lo acostumbramos a situar totalmente fuera de nosotros, exculpándonos, y siendo poco o nada conscientes de que esto puede reflejar aspectos personales y asuntos inconclusos no procesados adecuadamente. De esta forma, nuestra inconsciencia, ayudada por el mecanismo de proyección psicológica (mecanismo de defensa descrito por el psicoanálisis que consiste en atribuir a otros sentimientos, pensamientos o incluso acciones personales inaceptables), nos hace pensar que el defecto que percibimos en los demás solo está ahí fuera, y no en nosotros mismos.
Entonces, ¿Cuáles son los 4 principios de la ley del espejo?
- Lo que me molesta del otro, está dentro de mí.
- Lo que al otro le molesta de mí, si me afecta, está dentro de mí.
- Lo que me gusta del otro, también está dentro de mí.
- Lo que al otro le molesta de mí, si no me afecta, está dentro de él.
En resumen, “lo que vemos en los demás nos revela información de lo que somos nosotros mismos». Se trata de ser conscientes de que lo que nos irrita y molesta, refleja características nuestras. Si conseguimos detectar y sobre todo responsabilizarnos de ello, nos puede facilitar tener una mayor sensación de control de nosotros mismos. De esa manera, potenciamos el autocrecimiento y el empoderamiento, y por ende, disminuyendo el conflicto con los demás.
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