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Noticias

Comunicación asertiva en pareja

Actualmente nos encontramos inmersos en una sociedad donde las relaciones sociales, y especialmente las relaciones de pareja, constituyen un ámbito recurrente y esencial de los seres humanos. Los vínculos afectivos que establecemos con los demás poseen componentes únicos que nos ayudan a crecer y a desarrollarnos como personas, llegando incluso a complementar ciertos aspectos individuales. En este proceso interactivo pero, nos encontraremos con dificultades cuya superación puede fortalecer todavía más nuestras vidas. Así, uno de los aspectos que se consideran esenciales en toda relación y cuyo déficit parece estar implicado en la inmensa mayoría de problemáticas, es la comunicación.

Cabe resaltar que las dificultades en este ámbito se contemplan desde diferentes puntos de vista. Es decir, existen problemas de comunicación basados en el qué se dice, en el cómo se dice, y también se podría incluir el cuánto se transmite. Más específicamente, las parejas que se quejan de falta de comunicación, aunque en la mayoría de ocasiones se refieren a un déficit o defecto de esta, también pueden estar indicando un exceso de reproches y de información poco significativa o dudosa que pone en duda a la otra persona o a sus sentimientos. Así pues, la comunicación asertiva o asertividad se refiere a la habilidad de defender nuestros derechos de una manera empática, educada y sobre todo sin vulnerar los derechos del otro. Concretamente se trataría principalmente de saber manifestar nuestras opiniones o deseos, solicitar un favor, pedir un cambio de actitud, saber decir no, admitir y expresar críticas o quejas, etc. En definitiva, saber expresar nuestros pensamientos, sentimientos y necesidades procurando no agredir a los demás y que estos no sean agresivos con nosotros.  

Es cierto pero, que en función de la relación, de los conflictos que acostumbran a aparecer y de su forma de resolución hasta el momento, de las diferencias individuales de cada uno de los miembros de la pareja (carácter, habilidades de afrontamiento, educación…), y de variables contextuales como el exceso de trabajo, o las dificultades económicas o familiares, pueden favorecer o dificultar mucho la puesta en práctica de esta importante habilidad. Por ello, es crucial analizar la situación en perspectiva y procurar atender a todos aquellos elementos clave que puedan potenciar este aprendizaje. En este sentido, a continuación se exponen algunos recursos que pueden ayudarnos a mejorar la comunicación con nuestras respectivas parejas:

–    Exteriorización/Expresión emocional: En la línea de lo comentado anteriormente, es importante que exterioricemos información significativa. Normalmente cuando ésta posee un grado elevado de contenido emocional sincero, resulta especialmente beneficioso para la relación. Debemos especificar pero, que en momentos de gran enfado o rabia acostumbramos a ser congruentes con el estado de ánimo momentáneo, pero no nos centramos en lo que realmente sentimos, y lo que es peor, en lo que verdaderamente queremos conseguir.

–    Comprender la realidad del otro: Procurar observar y analizar los elementos que están generando o pueden provocar malestar o desestabilidad en el otro es una estrategia muy importante para poder comunicarnos eficientemente. Junto a esto, empatizar, es decir, transmitir la comprensión de esta realidad paralela a la nuestra puede ser de gran ayuda para que nos escuche y atienda a nuestras peticiones.

–    Autonomía y autoestima: No debemos olvidarnos de nosotros mismos. Potenciar nuestras habilidades y características propias también pasa por valorar nuestros esfuerzos y los aspectos positivos, respetar nuestro espacio y priorizar aquello que nos ayude a sentirnos mejor en nuestro día a día. Esto nos permitirá ganar confianza y fuerza para comunicar con mayor frecuencia nuestros intereses. De esta forma, aunque en las relaciones de pareja existe un claro juego de equilibrios en el que debemos aprender, entre otras cosas, a ceder, también debemos respetarnos a nosotros mismos.

–    Renunciar a la “lectura de pensamiento”: Otro de los mecanismos clave, relacionado con el primer punto expuesto, es la tendencia a interpretar o pensar que el otro ya sabe cómo nos sentimos o incluso qué estamos pensando. Tal y como nosotros necesitamos sinceridad y exteriorización, es importante explicitar adecuadamente todo aquello que consideremos relevante, eliminando esta tendencia que lo que promueve a largo plazo es la distancia y el retraimiento por ambas partes.

Existen otras estrategias que pueden ayudar a establecer unos hábitos adecuados en relación a la comunicación. La eficacia de muchas de ellas dependerá en parte de la reacción del otro, lo cual actuará como reforzador o como inhibidor de estos mecanismos. Aun así, su puesta en práctica debe ser un objetivo prioritario en toda relación, ya que muchos de los problemas que aparecen tienen su origen en una disminución en la comunicación asertiva. Cuando este aparece, es fácil recrear una interacción negativa con nuestra pareja, lo cual puede hacer que aparezcan muchos otros problemas.

La terapia de pareja supone una ayuda particularmente útil para trabajar este importante aspecto. En ella, se procura identificar aquellos aspectos más significativos involucrados en la situación problemática por medio de una evaluación minuciosa, y diseñar unos objetivos de tratamiento, consensuados con la pareja, encarados a mejorar tanto la relación como el bienestar psicológico y emocional de ambos miembros.

En nuestro centro de Psicología de Mataró contamos con un equipo de profesionales especializados en este y otros tipos de tratamiento. En caso de querer recibir más información al respecto, no lo dudes y ponte en contacto con nosotros. Te ayudaremos.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/pareja_asertiva-3459.jpg 759 1140 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53Comunicación asertiva en pareja
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¿Cuáles son los principales miedos de niños y adolescentes?

En términos generales, podemos definir el miedo como una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable que aparece ante la percepción de un peligro real o imaginario. En esta sensación, entran en juego tanto aspectos cognitivos (pensamientos, ideas, creencias…) como fisiológicos (sudoración, taquicardia, temblores…). Además, el peligro percibido puede ser presente, futuro o incluso referente al pasado. En sí mismo, posee una naturaleza evolutiva tanto desde el punto de vista filogenético, es decir, como predisposición de la especie humana a reaccionar así ante determinados estímulos, como ontogenético, entendido como un fenómeno adaptativo del desarrollo que facilita nuestra supervivencia.

De esta forma, el miedo es una una emoción normal y universal la cual se encuentra presente en numerosas ocasiones dentro de nuestro ciclo vital. A pesar de ello, cuando este es significativamente intenso y persistente, excesivo e irracional, y es además desencadenado por la presencia o anticipación de objetos o situaciones específicos, apareciendo una clara repercusión en el día a día del individuo, podemos estar delante de una fobia. En esta además suelen aparecer conductas de evitación, o los estímulos temidos se soportan con ansiedad o malestar intensos. Es decir, el miedo y la fobia se distinguirían principalmente en términos de intensidad o gravedad, y por tanto, de repercusión en la vida de la persona.  

A lo largo de nuestro desarrollo, la experimentación de miedo ante diferentes estímulos no sólo es frecuente, sino que también resulta especialmente necesaria para crear mecanismos de afrontamiento adecuados ante situaciones concretas. Así, siguiendo las líneas de autores como Sandín y Chorot (2003), a continuación se exponen los miedos típicos en función de la edad, cuyo contenido parece reflejar un proceso continuo de maduración cognitiva a medida que vamos avanzando en las diferentes etapas:

–    Primer año (0 a 12 meses): En esta etapa predominan los miedos asociados a lo que se denomina “medio inmediato”, es decir, sonidos fuertes, pérdida de apoyo, a las alturas, a personas y objetos extraños, y a la separación. En esta fase es importante tener en cuenta que se requiere un cierto grado de madurez cognitiva para experimentarlos, y concretamente se enfatiza la capacidad para recordar y/o distinguir lo familiar de lo extraño. En ciertos trastornos, como en el Autismo, esta capacidad puede no estar del todo desarrollada, por lo que el niño puede exhibir un patrón de distanciamiento interpersonal acentuado ya en los primeros meses.

–    Inicio de la niñez (1 a 2 años y medio): Los principales miedos se relacionan con la separación de los padres, los extraños, pequeños animales como insectos y fenómenos naturales como las tormentas o el mar. Cabe mencionar que el miedo a la separación de los padres se acostumbra a intensificar a los 2 años, y que en esta fase aparece el miedo a los compañeros extraños.

–    Etapa preescolar (2 años y medio a 6 años): Aquí se producen cambios importantes a nivel cognitivo, donde el niño puede experimentar miedo ante estímulos imaginarios globales. Así pues, predominan los miedos a los seres imaginarios y aparecen los miedos a los animales salvajes. En este sentido, la mayor parte de miedos hacia animales se desarrollan en este periodo. Además de estos, también son característicos el miedo a la oscuridad, quedarse solo, fantasmas y monstruos. El anclaje en el miedo a la soledad puede ser un factor de riesgo para desencadenar una personalidad dependiente o incluso problemas psicológicos como el trastorno de ansiedad de separación.

–    Niñez media (6 a 11 años): Los miedos son más específicos, y engloban sobre todo el temor al daño físico, la salud o muerte propias o ajenas, los miedos médicos (sangre, inyecciones…), los sucesos sobrenaturales, y aparecen los miedos escolares relacionados con los compañeros, el rendimiento, la crítica o el fracaso.

–    Preadolescencia (11 a 13 años): Lo más característico de este periodo es la reducción de los miedos relacionados con animales y el incremento del temor a la crítica y al fracaso. En este sentido, se mantienen e incrementan los miedos sociales y escolares, y se inician miedos sobre temas económicos y políticos. Al aparecer cambios evolutivos en la propia imagen, pueden nacer miedos relacionados con la autoestima.

–    Adolescencia (13 a 18 años): Nos encontramos con miedos que, aunque empiezan a desarrollarse en esta etapa, son característicos también de etapas posteriores como la adultez. Así, se relacionan con el área sexual, el autoconcepto, el rendimiento personal, y aspectos sociales, académicos, políticos y económicos. Un aspecto característico es que continúan los miedos de la preadolescencia y adquieren mayor relevancia aquellos relacionados con el rendimiento personal, la autoidentidad y las relaciones interpersonales.

Así pues, los miedos vinculados a cada fase del desarrollo pueden considerarse temores evolutivos, que pueden resultar normales (si estos no son muy intensos y no limitan la vida de la persona), específicos de cada período y, por tanto, transitorios. Todos ellos, a través del aprendizaje, resultan útiles en muchas ocasiones, pues pueden ayudar a afrontar diferentes situaciones de una forma adecuada. Como hemos comentado pero, si estos persisten y se agravan pueden llegar a suponer una limitación muy importante para la persona, provocando alteraciones específicas en el desarrollo.

Si quieres ampliar la información sobre algún tema que consideres relevante, ponte en contacto con nuestro equipo de psicológos de Mataró. Atenderemos encantados todas tus peticiones.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/miedo-5319.jpg 526 800 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53¿Cuáles son los principales miedos de niños y adolescentes?
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La evitación como estrategia de afrontamiento

Desde nuestros orígenes, entre muchas de las características, conductas y objetivos que nos definen como seres humanos, existe uno común a todo ser vivo; la supervivencia. Este mecanismo puede ser empleado de múltiples maneras dependiendo tanto del ser o persona, como del contexto en que nos veamos inmersos. Así, con tal de asegurarnos que esto se produzca y seguir manteniendo nuestra estabilidad vital, deberemos afrontar una serie de sucesos, sean estos positivos o negativos. En esta línea, en función de nuestras experiencias ante la misma u otras situaciones similares (es decir, de nuestro aprendizaje), de nuestros rasgos personales (impulsividad, sensibilidad…), de los elementos presentes en el contexto, y de los resultados anticipados, utilizaremos una estrategia u otra para “sobrevivir”, siendo estas el afrontamiento directo o la evitación.
Lazarus y Folkman (1984) nos ayudan a entender el término afrontamiento definiéndolo como el conjunto de estrategias cognitivas y conductuales que utilizamos para gestionar las demandas externas o internas que son percibidas como una amenaza teniendo en cuenta nuestros recursos personales. A partir de aquí, una de las formas más eficientes (en términos de coste “beneficio”) y en ocasiones menos útiles para solventar ciertas situaciones, es el escape o la evitación. Este, aunque se trata de un mecanismo de defensa y supervivencia innato y en muchas ocasiones muy eficaz; puede ser perjudicial si se emplea como estrategia principal. Así pues, será útil siempre que la situación o amenaza externa exceda real y objetivamente nuestros recursos personales y contextuales; por ejemplo: si nos encontráramos con un león en medio de la selva sin ningún elemento que nos ayudara, lo mejor y más posible es que saliéramos corriendo (evitáramos/escapáramos) de la situación. De la misma forma, si nos hemos despistado atravesando la calle y un coche se acerca a toda velocidad, emplearemos el mismo formato de afrontamiento. Ahora bien, existen momentos y situaciones cuya evitación no solamente es poco útil, sino que puede ser perjudicial.
Es cierto que su utilización y uso eficaz nos permite relajarnos y ahorrarnos algo anticipado como negativo, pero, ¿y si eso que anticipamos no es realmente tan negativo? El miedo o las consecuencias temidas pueden no ser del todo objetivas, y por lo tanto, la evitación no es útil. Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en los problemas de ansiedad, y particularmente en las fobias. En estas, habitualmente existe una evitación persistente de la situación temida. Otro ejemplo lo podemos situar en los trastornos depresivos y en los problemas de autoestima, donde la persona tiende a interpretar negativamente el hecho de inmiscuirse en ciertas actividades, sobre todo cuando éstas son de carácter social, por miedo al rechazo o al posible escrutinio de los demás. Esto, a corto plazo produce relajación y bienestar subjetivo, ya que se ha conseguido ahorrar una situación valorada como embarazosa o peligrosa. Pero a largo plazo, no solamente limita nuestras vidas sino que nuestra mente aprende que esa situación (y en muchas ocasiones, situaciones similares), es peligrosa. Es decir, que por el hecho de habernos relajado al evitar esa situación cuya anticipación nos produce tanto malestar, “confirmamos” que muy posiblemente esta es perjudicial, y por lo tanto nos sale mucho más a cuenta no afrontarla. Por ello, la evitación se conforma como estrategia principal, y nuestros recursos y habilidades van quedando escondidos y empequeñecidos con el paso de los días. Además de esto, pero, en ocasiones esta constituye uno de los rasgos principales de la propia persona, conformándose el que se conoce como Trastorno de Personalidad Evitativo.
Como se habrá podido observar en los ejemplos citados, aparecen dos claros mecanismos; uno sería el físico o conductual (p.ej., no voy, no hablo, salgo de aquí…), y el otro sería el cognitivo, es decir, el conjunto de pensamientos e interpretaciones que realizamos acerca de lo que puede pasar. De esta forma, no solamente es importante encarar las diferentes situaciones, sino que deberemos entrenar a nuestra mente para que adopte una mirada algo más realista que la utilizada hasta el momento.
Una de las intervenciones más eficaces y con más evidencia empírica es la Terapia Cognitivo-Conductual. El mismo nombre indica los elementos que considera cruciales a trabajar, los cuales coinciden con los comentados. Así, mediante el uso de diferentes estrategias es posible revertir estas y situaciones similares, y por lo tanto salir de la espiral que poco a poco va limitando más nuestra vida.
El equipo de psicólogos de nuestro centro, situado en Mataró, trabaja con esta y otras intervenciones que han demostrado ampliamente su utilidad y eficacia. Si deseas conocer más acerca de estas, o crees que pueden beneficiarte, no lo dudes y contacta con nosotros, te ayudaremos.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/evitar-4108.jpg 375 500 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53La evitación como estrategia de afrontamiento
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La pérdida de memoria: repercusión, causas y recomendaciones

La memoria, a pesar de constituir un término muy amplio y general, es un almacén de capacidad limitada. La podemos definir como la función que nos permite almacenar, codificar y recuperar la información del pasado reciente y/o lejano. En esta línea, generalmente se diferencia entre memoria a corto y a largo plazo. La primera, también denominada memoria operativa, nos permite retener durante un periodo de tiempo breve una cantidad de información limitada (como mucho, 7 elementos o ítems durante unos 20 segundos). En el segundo caso, nos encontramos ante un almacenaje permanente cuya capacidad es prácticamente ilimitada. Esta, además, contiene nuestros recuerdos autobiográficos, el conocimiento del mundo, así como el lenguaje, sus reglas y los significados de los conceptos. Junto a esto, es importante remarcar que el mantenimiento de los recuerdos durante un periodo de tiempo prolongado depende del grado de profundidad con que se haya procesado la información, así como de las repetidas recuperaciones que se hagan periódicamente de los contenidos almacenados.

Así, la pérdida de memoria, es una alteración incapacitante que acostumbra a poseer un curso crónico y progresivo. La persona que lo padece puede ser consciente de su problemática o no. En el primer caso el impacto emocional en el propio individuo suele ser estar más patente, y este en el segundo es generalmente más acusado en los familiares. Por otro lado aunque acostumbra observarse en personas de edad avanzada, puede aparecer en diferentes momentos del ciclo vital, siendo sus causas muy diversas:

–    Cambios o pérdida de memoria relacionada con la edad: Es el más común, y está relacionado con la disminución fisiológica de las funciones cerebrales. Con el paso de los años los olvidos y las dificultades para recuperar un cierto tipo de información son frecuentes, ya que la eficiencia de la red neuronal disminuye. Aun así, la capacidad para pensar y realizar las distintas actividades diarias no acostumbran a verse afectados.

–    El Deterioro Cognitivo Leve (DCL): Distinguir este de la pérdida normal de memoria es una tarea complicada. Suele indicarse, que en este existe una alteración más pronunciada y significativa que en la pérdida normal, pero más leve en comparación con las demencias. Así, aunque la capacidad atencional y de realización de actividades habituales no suelen estar afectadas, puede existir olvido significativo en relación a eventos o información importante y/o situaciones recientes como conversaciones. Se dice que aproximadamente el 50% de las personas con DCL acaba desarrollando una demencia. 

–    Las Demencias: Estas son trastornos degenerativos del cerebro que producen un declive gradual y pronunciado en la función intelectual. Aquí los problemas de memoria aparecen como primer síntoma, y posteriormente se observa un deterioro significativo a nivel intelectual y emocional. Podemos incluir aquí la Enfermedad de Alzheimer (EA), la enfermedad de Pick, la demencia por cuerpos de Lewy, la Corea de Huntington, entre otras. Las personas que las sufren acostumbran a negar su enfermedad, a pesar de que la repercusión en su vida cotidiana es progresivamente más grave y evidente para los demás.

–    Problemas y trastornos psicológicos específicos: Este apartado merece especial atención, ya que cuando se produce una pérdida de memoria la mirada suele centrarse en detectar alguna de las enfermedades neurológicas citadas. Así, existen muchos problemas psicológicos que cursan con la dificultad para recordar y recuperar información, aunque merecen especial atención los cuadros de estrés y ansiedad, y los estados depresivos. En el primer caso suele haber un grado muy elevado de preocupación, el cual puede alterar los subprocesos inmiscuidos en las tareas de memoria (atención, procesamiento, organización, concentración…). En la depresión, resulta difícil definir en ocasiones si es la causa o la consecuencia del deterioro cognitivo. Un aspecto útil es que la persona suele ser consciente de su situación, siendo la pérdida de memoria uno de los justificantes del estado deprimido.

Como vemos, existen causas muy diversas para explicar el deterioro de esta importante función cerebral. Se requiere una evaluación minuciosa a todos los niveles que procure tanto confirmar como descartar hipótesis plausibles. En este sentido, la evaluación neuropsicológica puede ayudar mucho a esclarecer la situación, detectando además el grado de deterioro asociado. A partir de aquí, existen intervenciones para facilitar la mejora cognitiva y emocional de la persona. En el caso de que la alteración memorística sea consecuencia de un problema psicológico concreto, este deberá abordarse como prioridad, ya que muy posiblemente las funciones cognitivas se verán restablecidas con la mejora del estado anímico. Por otro lado, si el deterioro cognitivo es el principal problema, existen intervenciones como la Rehabilitación Cognitiva que poseen una elevada eficacia. En esta trabajan las dificultades específicas del paciente a través de una serie de ejercicios que promueven el entrenamiento, la estimulación y por lo tanto la recuperación o mejora de las funciones cognitivas.

Este es un tema muy amplio y de gran relevancia, si deseas conocer más sobre ello o crees que puede beneficiarte nuestra ayuda, puedes contactar con nuestro centro situado en Mataró. Llámanos y te atenderemos de una forma profesional e individualizada.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/memoria-4835.jpg 333 535 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53La pérdida de memoria: repercusión, causas y recomendaciones
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El sueño: fases y problemas asociados

El sueño, es considerado actualmente uno de los componentes más importantes de nuestro día a día. A grandes rasgos, podemos definirlo como el estado fisiológico caracterizado por una interrupción temporal del movimiento, del estado de vigilia o alerta, y de la capacidad sensorial. Estos fenómenos se producen para restablecer y equilibrar las funciones psicológicas y físicas del organismo, lo cual resulta esencial para obtener un pleno rendimiento vital. Así, mediante estudios en los que se analiza la actividad eléctrica cerebral, y aunque es necesaria más investigación, hemos pasado de considerarlo como un mero acto pasivo en el que no parecía ocurrir nada significativo, a identificarlo como un estado particular de la mente y la conciencia donde la actividad cerebral puede ser tan activa como cuando estamos despiertos, y en el que suceden cambios cruciales en el funcionamiento del cuerpo.

Los descubrimientos desde las neurociencias, y entre ellas la neuropsicología, han permitido diferenciar dos fases mientras dormimos; la fase del sueño lento o no MOR (Movimientos Oculares Rápidos), también denominada no REM (Rapid Eyes Movements), y la fase de sueño rápido/sueño MOR/REM. El primero de ellos se divide en cuatro etapas diferenciadas. Estas cinco fases se van alternando cíclicamente con una duración total de cada ciclo de unos 90 minutos. A continuación las exponemos brevemente:

Fase 1 de sueño ligero o no MOR. Es considerada la etapa de transición entre la vigilia y el sueño donde la persona todavía puede llegar a percibir algunos estímulos. Aquí el sueño es poco reparador, y a nivel fisiológico lo más característico es la disminución del tono muscular y la aparición de movimientos oculares lentos. Se calcula que pasamos aproximadamente entre el 5 y 10% de tiempo en esta fase.

Fase 2 de sueño ligero o no MOR. Aunque la actividad cerebral es similar, desaparecen los movimientos oculares. El sistema nervioso promueve la desconexión de las vías de acceso a la información sensitiva facilitando así el acto de dormir. El sueño resulta aquí parcialmente reparador y continúa disminuyendo el tono muscular. Aquí posiblemente es donde transcurre más tiempo, aproximadamente el 50%.

Fase 3 de sueño profundo no MOR. Aparecen las ondas lentas (delta), la actividad cerebral y el tono muscular continúan disminuyendo, junto con la tensión arterial y el ritmo respiratorio, los cuales también sufren una disminución significativa. Así pues, la desactivación sensorial aumenta. Y ocupa pocos minutos comparada con el resto.

Fase 4 de sueño profundo no MOR. Constituye la fase del sueño de mayor profundidad. La actividad cerebral es todavía más lenta (predominan las ondas delta), el tono muscular es casi imperceptible, y resulta clave para el correcto funcionamiento psíquico y físico, junto al equilibrio del organismo. El porcentaje aproximado de tiempo es de un 20%.

Fase 5 de sueño MOR. Se conoce también como fase de sueño paradójico. Esto es así debido a que existe un contraste evidenciado a través de la atonía muscular, que supone la relajación total típica del sueño profundo, y la activación del sistema nervioso, lo cual es signo de alerta y vigilia. Los movimientos oculares rápidos que se observan son parecidos a cuando nos encontramos despiertos. Y por último, el tiempo dedicado ronda el 25%.

Como alteraciones generales, debemos mencionar que a medida que aumentamos la supresión del sueño, podemos observar como se produce un claro deterioro en el funcionamiento durante el día. Además, el rendimiento intelectual también se ve afectado con alteraciones de la memoria, el razonamiento y la concentración. Los actos reflejos se ven entorpecidos lo cual dificulta el afrontamiento de ciertas situaciones (como la prevención de accidentes laborales, domésticos y especialmente de tráfico). Cuando esta privación es severa, pueden producirse ataques epilépticos, alteraciones neurológicas e incluso alucinaciones.

Por otro lado, como consecuencia pueden aparecer problemas psicológicos diversos, siendo los trastornos de ansiedad y los problemas de irritabilidad los más comunes. Aun así, es importante tener en cuenta que las dificultades en el sueño pueden ser tanto causa como consecuencia de estos últimos. Junto a esto, también resulta interesante destacar que pueden aparecer alteraciones durante los propios ciclos de sueño. En este sentido, por ejemplo, los terrores nocturnos y el sonambulismo aparecen durante las fases 3 y 4 del sueño no MOR. Además, las alteraciones en esta etapa acostumbran a provocar somnolencia diurna. En cambio, las pesadillas o la parálisis del sueño transcurren durante la fase de sueño MOR.

Es importante comentar que se recomiendan unas 7-8 horas de sueño para obtener un descanso adecuado. Aun así, debemos remarcar que para prevenir o reducir las alteraciones mencionadas, no es tan importante la cantidad de horas, sino la calidad de estas. Cada uno posee un sistema específico y, por tanto, unas necesidades concretas. De esta manera, algunos necesitarán dormir 5-6 horas diarias, y otros posiblemente más de 8. Para que el sueño sea reparador, debemos establecer una rutina y hábitos saludables, en los que ajustemos el tiempo a nuestra necesidad real de sueño y adoptemos conductas que favorezcan un descanso adecuado.

Este es un tema amplio en el cual están involucrados un amplio espectro de elementos. Aquí han sido comentados algunos de ellos de forma resumida, pero en caso de querer ampliar información, puedes contactar con nuestro equipo de psicólogos situado en Mataró. Atenderemos todas tus peticiones y procuraremos resolver todas las dudas que tengas.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/fases_sueno-4420.jpg 1698 2560 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53El sueño: fases y problemas asociados
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Transición a la vida adulta: la adolescencia

Desde que nacemos, y a lo largo de todo nuestro ciclo vital, nos encontramos inmersos en un camino lleno de transiciones, donde experimentaremos un sinfín de situaciones y estímulos que deberemos afrontar y procesar para avanzar entre las distintas etapas. A este circuito, comúnmente se le llama crecimiento o maduración. Lo que está claro pero, es que todo lo que vaya sucediendo en cada fase, definirá nuestras vidas y nos formará e identificará como personas únicas e independientes. Una de estas, siendo quizás la más significativa, es la adolescencia, es decir, la etapa de transición entre la niñez y la vida adulta.

Este importante periodo se encuentra comprendido entre la aparición de una serie de características, como es la pubertad, que marca el final de la infancia, y el comienzo de la vida adulta, donde el organismo ha completado su desarrollo. Habitualmente se indica que se sitúa entre los 12-13 y los 17 años de edad. En este período, hay una palabra que nos puede venir fácilmente a la cabeza cada vez que pensamos o acuñamos el término adolescencia; el cambio. Esto es, nada más lejos de la realidad, lo que representa posiblemente con mayor precisión a esta fase. El chico o chica adolescente deberá hacer frente una serie de cambios o modificaciones constantes tanto a nivel interno o personal, como a nivel externo o contextual, cuyo afrontamiento exitoso o frustrado repercutirá en cómo defina, afronte e integre toda la información tanto de su mundo interior como exterior. A nivel personal, la aparición de ciertas características físicas (caracteres sexuales secundarios) constituye un aspecto clave; el desarrollo de la musculatura, el incremento de la estatura, el vello facial o el engrosamiento de la voz son algunos ejemplos que caracterizan a los chicos. Por su parte, las chicas, el crecimiento de los senos, la aparición del vello o el ensanchamiento de las caderas configuran algunos de los aspectos importantes.

Además pero, a nivel cognitivo o mental y emocional también sufrimos una serie de modificaciones. El desarrollo del autoconcepto y de la autoestima es aquí especialmente clave; empezaremos a definirnos como personas cuestionando nuestros intereses y elaborando el rol que queramos adoptar en nuestra vida. La confusión, el miedo, las contradicciones, las preguntas, y los cambios de estado de ánimo pueden ser frecuentes, y forman parte del crecimiento. Es relativamente frecuente que nos rebelemos contra el mundo, mostrándonos reticentes a aceptar ciertas realidades. Esta lucha constante y su regulación también están inmersos en la maduración, y son comunes y necesarios para que esta se dé. Por esto, otra palabra que también debemos remarcar es la aceptación.

Todo ello pero, se encuentra inmerso en un mundo social crítico, lleno de información contradictoria y mensajes recurrentes que pondrán a prueba nuestros recursos y habilidades. En este sentido, la interacción y comparación con los iguales, la educación o influencia de los próximos y la interacción con los medios de comunicación y las nuevas tecnologías son tres elementos particularmente relevantes en la vida del adolescente, y encontrar el equilibrio no siempre será fácil.
En este sentido, y fruto de la complicación que conlleva regular todos estos estímulos, la persona puede encontrarse perdida y atascada, pudiendo sufrir una serie de dificultades. Los problemas emocionales y psicológicos son comunes en esta etapa, particularmente manifestados a través de ansiedad, depresión, aislamiento y evitación. Junto a estos, pueden surgir otros de diversa índole y con mayor o menor intensidad. Será el grado de malestar y de desajuste social lo que marcará la importancia de la situación. El trabajo en particular desde la psicología y psiquiatría infanto-juvenil será aquí especialmente importante. La aplicación y diseño de intervenciones útiles, eficientes e individualizadas son claves para mejorar la salud y calidad de vida en este sector de la población.

Los profesionales de nuestro centro están especializados en el tratamiento psicológico y psiquiátrico tanto de adultos como de niños y adolescentes. Si tienes dudas o deseas recibir más información, ponte en contacto con nosotros. Estamos situados en Mataró.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/adoles-3835.jpg 499 749 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53Transición a la vida adulta: la adolescencia
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El Dolor Crónico Infantil

El término dolor, en sí mismo, alude a la sensación o percepción sensorial de malestar más o menos intenso que experimentamos en alguna parte del cuerpo y que se encuentra asociado con alguna alteración del sistema nervioso. Puede estar localizado en un punto o puntos concretos, o poseer un carácter más generalizado, pudiendo manifestarse de maneras muy diversas: hormigueos, pinchazos, picaduras, molestia…Y siendo en ocasiones, difícil de definir y determinar. Frecuentemente también se utiliza la distinción entre agudo o crónico. Normalmente el primero se asocia a una lesión específica o a una causa más o menos objetivable. Por el contrario, el segundo subtipo es utilizado para designar a aquellas sensaciones físicas dolorosas que persisten más allá del tiempo de curación estimado o esperado.
En población infantojuvenil se habla concretamente de dolor crónico cuando este persiste más allá de los tres meses. Habitualmente se manifiesta de manera continua y recurrente, y su abordaje y tratamiento resultan especialmente complicados. A esto se le une el desconocimiento e infravaloración social existente en relación a esta problemática, ya que se tiende a pensar que los niños experimentan menos dolor, y que este suele ser menos acentuado. Por el contrario, los datos epidemiológicos existentes indican que afecta a entre un 20 y 30% de esta población. Así, aunque esta sensación sea el resultado de un complejo sistema de protección del organismo que acostumbra a remitir, en ocasiones puede mantenerse a pesar de que el daño o la alteración que la causó se hayan resuelto, siendo los factores psicológicos y sociales claves para explicar su mantenimiento.
Este particular problema no sólo afecta al niño en un sentido físico, sino que repercute en todas y cada una de las áreas involucradas en su desarrollo. Así, afecta al estado de salud general, genera importantes restricciones en sus actividades habituales, alteraciones del sueño, malestar psicológico, menor rendimiento académico, deterioro del apoyo y del círculo social, y suele ser habitual el absentismo escolar. Junto a esto, si esta problemática convive con un trastorno psicológico específico (lo cual suele ser recurrente), los síntomas pueden verse agravados por la sintomatología. En este sentido, los trastornos de ansiedad y depresión son los más frecuentes, aunque por las conductas reflejadas, algunos síntomas pueden confundirse con un trastorno de conducta específico. Junto a esto, podemos cometer el error de considerarlo una llamada de atención o una excusa (forma de evitación) para no ir a la escuela o no involucrarse en actividades sociales.
Además de la clara afectación que tiene en la persona que lo sufre, existe una repercusión que va más allá de esta. En efecto, cuidar a un niño con dolor crónico también posee un impacto para la familia; los padres y los hermanos suelen informar de malestar psicológico y de sentimientos de carga, así como de limitaciones en el área social, siendo también un problema a nivel económico. A todo esto se le unen las limitaciones y escasez de recursos para hacer frente a esta situación, lo cual genera sentimientos de frustración y desesperanza en las personas que están a cargo del niño.
En esta línea, a pesar de la falta de consenso y evidencia en relación a los tratamientos que pueden ser útiles y eficaces, se han venido utilizando algunos que han demostrado cierta utilidad. Entre ellos se encuentran la Terapia Cognitivo-Conductual, la cual se ha utilizado para trabajar los pensamientos, conductas y emociones desadaptativas asociadas a la problemática, y para facilitar al paciente una mayor comprensión de esta (principalmente la interrelación entre dolor y malestar emocional). La Relajación y Meditación se han mostrado parcialmente útiles para aminorar las sensaciones asociadas al dolor. Y también el Biofeedback (técnica utilizada para facilitar el aprendizaje de ciertas funciones del cuerpo) ha reflejado resultados interesantes. Junto a esto, existe un claro consenso a favor de adoptar una mirada multidisciplinar, esto es, un trabajo en colaboración entre familiares, tutores y profesionales de la salud que promueva el bienestar y adaptación del niño a su entorno, favoreciendo así el desarrollo vital y la calidad de vida.
Finalmente pues, a pesar de ser necesarios más recursos e investigación al respecto, lo cual favorezca la creación de protocolos específicos para el dolor crónico, es importante no desviar la atención ni infravalorar los síntomas que reflejan los niños. A pesar de las complicaciones existentes, debemos atender (a poder ser prematuramente) las necesidades de estos, lo cual puede facilitar que la situación no se vea agravada.
En nuestro centro de Psicología situado en Mataró encontrarás toda la información que necesites. Si tienes dudas, preguntas o crees que puede beneficiarte nuestra ayuda, ponte en contacto con nosotros, estamos a tu disposición.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/cronico_ninos-2710.jpg 600 800 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:54El Dolor Crónico Infantil
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El Duelo: tipos y fases

Podemos definir el duelo como el conjunto de respuestas físicas, emocionales y conductuales que aparecen tras una pérdida. Este abanico de elementos, surge en el individuo para restaurar su equilibrio o bienestar psicológico. De esta manera, también lo podríamos entender como un proceso de adaptación. Por lo que respecta a la pérdida en sí, aunque comúnmente se habla de las relacionadas con los seres queridos, también pueden concernir a elementos u objetos significativos para la persona. En este sentido, y a pesar de que existen situaciones universales en las que surge el duelo con una elevada probabilidad (p.ej., la muerte de una persona próxima), cada uno de nosotros podremos experimentarlo en diferentes situaciones y de diferente manera, en función del significado emocional que atribuyamos a los elementos de nuestro entorno.

¿QUÉ TIPOS DE DUELO EXISTEN?

Aunque una amplia variedad de clasificaciones para delimitar este concepto, es importante establecer una diferenciación comprensiva, principalmente en función del malestar o deterioro personal asociado. En base a este criterio, a nivel general podemos hablar de los siguientes:

Duelo “normal” o no complicado: Resulta crucial tener en cuenta este subtipo. Como la propia palabra indica, se trata de la reacción psicológica normal tras la pérdida de alguien o de algo con lo que manteníamos un vínculo emocional significativo. El hecho de sentirnos mal, estar tristes, nerviosos o con menos ganas de hacer cosas, no indican de por sí la presencia de una enfermedad o patología en concreto. Todos sufrimos ante una pérdida importante para nosotros, y el conjunto de reacciones o síntomas que aparecen posteriormente pueden formar parte de un proceso de adaptación normal. Como a continuación veremos, deberá tenerse en cuenta el grado o nivel de malestar que supone para la persona y las limitaciones que esto supone en su día a día.

Duelo patológico o complicado: Cuando existe un sufrimiento acusado a través de la intensificación de los síntomas como la ansiedad, el estrés o la depresión que llegan a repercutir de manera significativa en la vida de la persona, podemos estar delante de un duelo patológico. La persona puede experimentar sentimientos de desesperación y acudir a conductas desadaptativas para afrontar el malestar. Un criterio también utilizado es el temporal, según el cual un duelo puede considerarse normal si dura entre 6 meses y un año. Aun así, deberemos siempre considerar el grado de malestar y deterioro que produce. Dentro de este subtipo, se han propuesto otras categorías como el duelo retrasado (aparece después de un tiempo tras la pérdida), enmascarado (la persona niega que las reacciones tengan que ver con la pérdida) o el exagerado (intensificación acusada de los síntomas). Todos ellos reflejarían una complicación en el proceso. En algunas ocasiones, es posible que el problema derive en algún trastorno específico, como puede ser el Trastorno Depresivo Mayor o el Trastorno de Pánico, los cuales estarían reflejando un empeoramiento de la sintomatología mostrada.

¿CUÁLES SON LAS FASES DEL DUELO?  

A parte de los diferentes subtipos, existe un cierto acuerdo en cuanto a las fases que aparecen en este proceso:

Negación: En esta primera fase la persona puede intentar negar la pérdida ignorando la información al respecto o evitando pensar en ello. Así pues, evitará y negará las pruebas o evidencias que confirmen que ha sucedido.

Enfado: También llamada de ira o indiferencia. La persona, al empezar a “ser consciente” de lo sucedido, puede reflejar malestar por no poder evitar la pérdida. Esta fase se caracteriza además por la tendencia a buscar posibles explicaciones, causas e incluso culpables que ayuden a comprender lo que ha pasado.

Negociación: La persona busca recuperar el control, y por ello intenta negociar consigo mismo o el entorno a través de procurar entender los pros y los contras de lo sucedido. Básicamente buscamos una solución a la pérdida a pesar de ser conscientes de la imposibilidad de hacerlo. Son típicas las frases como “si hubiéramos acudido antes al médico…” o “si hubiera estado all텔.

Dolor emocional o Depresión: Se experimentan sentimientos de tristeza y dolor con más o menos intensidad y recurrencia. En esta fase la reacción emocional se relaciona principalmente con una disminución del estado de ánimo.

Aceptación: Es la última fase del proceso, donde tras la resistencia empleada en las fases anteriores la persona asume que lo sucedido es inevitable. La visión sobre la situación cambia y la aceptación emocional suele ser más protagonista. A pesar de ello, esta fase no significa olvidar.

La presencia de estas fases no se da en todas las personas, y mucho menos con el orden expuesto. Además, aunque este proceso es el común, podemos saltar de una a otra o incluso situarnos al final o al principio del proceso en distintos momentos a lo largo del duelo. Estos “saltos” pueden tener que ver con el contexto que nos esté envolviendo en ese momento. De esta manera, si a este proceso le sumamos por ejemplo una situación estresante en el trabajo, podemos quedarnos anclados por más tiempo en alguna de sus fases, y mostrar un malestar más acentuado.

El duelo es un mecanismo o proceso que todos vivimos a lo largo de nuestras vidas. Afecta a todo tipo de población por lo que su abordaje desde los diferentes campos de la psicología resulta especialmente atractivo y relevante. Existen muchas alternativas a la hora de tratar este tema, las cuales han demostrado ser útiles para disminuir el malestar que genera.

Si quieres recibir más información o tienes alguna pregunta, nuestro equipo de psicólogos te proporcionará toda la atención que necesites.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/duelo-4749.jpg 425 697 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53El Duelo: tipos y fases
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Factores de riesgo asociados al estrés y la ansiedad

Actualmente, la ansiedad se define como una respuesta de carácter más o menos inmediato al peligro o amenaza. En términos científicos es denominada como la reacción de lucha o huida que permite a la persona enfrentarse a la situación o escapar. Ésta, habitualmente va acompañada de una serie de sensaciones como sudoración, mareo, palpitaciones, visión borrosa, entre otras., los cuales a pesar de no ser nocivas, en ocasiones producen un gran malestar.  Por otro lado, el estrés es considerado como el proceso mediante el cual la persona realiza una infravaloración de sus recursos personales para afrontar una demanda externa. Dicho de otra manera, este fenómeno aparece cuando percibimos un acontecimiento o situación específica como desbordante y que excede a nuestros propios recursos. Comúnmente aparece ante ciertos cambios, los cuales pueden exigir un sobresfuerzo y poner en peligro nuestro bienestar.
Así, tal y como puede derivarse de ambas definiciones existen diferencias sutiles tanto a nivel cualitativo como cuantitativo entre ambos términos; principalmente, se habla de que el estrés es un estado más o menos prolongado el cual tiende a desaparecer cuando la demanda externa se soluciona o termina. La ansiedad, en cambio, acostumbra a ser un estado emocional más repentino asociado a un peligro real o imaginario, y sus reacciones fisiológicas suelen ser más intensas, pudiendo confluir en un ataque de pánico. A pesar de ello, los términos suelen utilizarse como sinónimos, ya que producen síntomas muy similares y pueden llegar a limitar mucho a la persona que los sufre. Además, afectan tanto a población adulta como infanto-juvenil, y aunque es inevitable experimentarlos, es importante aprender a gestionarlos para que no nos impidan llevar un estilo de vida adecuado y óptimo.
En cuanto a los posibles factores que pueden contribuir y precipitar estos estados, resulta útil distinguir entre variables personales y variables externas o ambientales:
Factores personales
Entre ellos, pueden encontrarse evidentemente el sufrir ciertos problemas de salud que conlleven síntomas de estrés o ansiedad, los cuales son los primeros que deben descartarse de cara a determinar la adecuación de un tipo de tratamiento u otro (farmacológico o psicológico). Además pero, ciertos rasgos y características de personalidad como la obsesividad, la rigidez, la sensibilidad, la mala regulación emocional o la irritabilidad pueden favorecer un estado de ánimo primordialmente ansioso. Junto a estos, el poseer un locus de control primordialmente interno (tendencia a atribuir tanto los éxitos como los fracasos a uno mismo) puede llevar consigo, en ocasiones, este tipo de sintomatología.
Relacionado con el último aspecto, de entre las principales características individuales, merece la pena destacar el estilo cognitivo. En este se encuentran inmiscuidos nuestros pensamientos, creencias e interpretaciones acerca de nosotros mismos y el mundo. Así, el adoptar un punto de vista poco objetivo, a través de una visión sobre las cosas principalmente dicotómica (blanco o negro), absolutista o generalista puede resultar especialmente negativo.
También es importante remarcar el establecimiento de hábitos inadecuados, como dedicar poco tiempo al ocio o a uno mismo, lo cual confluye poco a poco en un ritmo de vida progresivamente más acelerado.
Del análisis de este tipo de variables se deriva la importancia que juega nuestras características, siendo especialmente relevante la manera en que afrontamos las diferentes situaciones. Además, de ello se deduce que los diferentes acontecimientos que expondremos a continuación pueden afectar en mayor o menor grado en función de los factores comentados anteriormente.
Factores externos
En este apartado se incluyen todas aquellas situaciones o circunstancias que habitualmente, de por sí, poseen un carácter potencialmente negativo y amenazante para el bienestar de la persona. Así, principalmente hablamos de aspectos relacionados con cambios bruscos y/o repentinos que vulneran el estado de salud, como pueden ser el fallecimiento de un ser querido, la pérdida o el cambio de trabajo, el embarazo, la detección de una enfermedad, etc.
Junto a estos, que habitualmente generan un estado inicial de gran malestar, también es importante resaltar aquellos eventos “menores” que contribuyen a perpetuar este estado. Algunos posibles son: discusiones o conflictos familiares, laborales o sociales, el llegar tarde, conducir bajo condiciones ambientales complicadas, exceso de obligaciones, entre otros.

Así pues, es importante detectar aquellas fuentes que nos están generando estos y otros síntomas, procurando además, analizar si nuestra interpretación está siendo la adecuada teniendo en cuenta la situación y sus características. El estrés y la ansiedad forman parte de nuestro día a día, y existe evidencia de que no solo son dos de los problemas más prevalentes, sino que con el tiempo parece que su incidencia está incrementando.
En nuestro centro de psicología, situado en Mataró, recibirás toda la información y ayuda que necesites. Si tienes alguna pregunta al respecto, no dudes en contactar con nosotros.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/ansiedad-3616.jpg 380 600 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:54Factores de riesgo asociados al estrés y la ansiedad
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Coaching de pareja

Los problemas relacionales, y especialmente aquellos que tienen que ver con la pareja, son un continuo en nuestra sociedad. Estos pueden estar vinculados a múltiples aspectos; como es la sinceridad, el afecto, el acercamiento, la comunicación, la intimidad, la dependencia… En ocasiones, y muy frecuentemente, se encuentran interrelacionados dos o más componentes, pero todos y cada uno de ellos tienen en común, en mayor o menor grado, la generación de malestar y el distanciamiento paulatino entre ambos miembros, lo cual puede agravar todavía más la situación.

Por lo que respecta al Coaching, este representa uno de los métodos de intervención más sobresalientes en la actualidad. A nivel general, procura principalmente guiar, instruir, acompañar o entrenar a la persona (o en este caso personas), centrándose en potenciar sus recursos personales para lograr la consecución de objetivos, metas y/o habilidades específicas. Además, posee la ventaja de poder ser aplicado en un rango muy amplio de situaciones o áreas: personal, empresarial, ejecutivo, etc. Entre estos, su aplicación en el ámbito de las relaciones íntimas resulta cada vez más atractivo y eficaz.

Así, el coaching de pareja se encara en ayudar a ambos miembros, a corto y largo plazo, en su esfuerzo mutuo para solventar sus problemas de interacción. Para ello, mediante estrategias de liderazgo personal y potenciando el autodescubrimiento, busca evaluar y profundizar acerca de los roles, objetivos y creencias de cada uno. De esta forma, promueve el descubrimiento y la utilización de los recursos individuales adentrándose en el análisis de aquellos aspectos que faciliten la aproximación y la búsqueda de objetivos comunes. Junto a estos, y aunque deberán adaptarse a las demandas presentadas, a continuación se exponen algunos de sus objetivos:

–    Facilitar recursos y herramientas para aprender a exponer y solventar los conflictos.
–    Actuar como acompañante del cambio. El coach busca potenciar la maduración de la relación y el carácter interdependiente de ésta.
–    Obtener una visión más profunda y sensible de la relación. En este sentido, se trata de identificar aquellos aspectos que generan conflicto en cada uno de los participantes, teniendo en cuenta características individuales y del propio vínculo.
–    Valorar y modificar las creencias, pensamientos y comportamientos disruptivos que limitan y frenan el progreso de la relación. Este aspecto es particularmente importante, ya que ambos miembros deberán adoptar un papel activo y ayudarse a descubrir y reconocer ciertos componentes mediante una actitud de colaboración activa.
–    Explorar y realzar aquellos aspectos que dejan entrever lo mejor de la relación y de cada uno de los miembros. Desde esta orientación se considera clave potenciar y remarcar tanto aquellos comportamientos, actitudes y creencias limitantes como aquellos que promueven una mejor relación.
Con estos y otros recursos, esta intervención puede ayudar a mejorar la calidad de vida en pareja mediante sesiones dinámicas, reflexivas y principalmente fortalecedoras de los recursos, estrategias y competencias individuales y relacionales. Además, procura que los cambios producidos sean profundos y que se mantengan el mayor tiempo posible. La escucha, la empatía, la confianza, la comprensión y el respeto son algunas de los componentes protagonistas en las diferentes sesiones.

Aunque como se ha remarcado, los problemas de pareja son muy variados, métodos como el aquí expuesto pueden ayudar a mejorar substancialmente este u otras dificultades. Entre ellas, el estrés, la ansiedad o los problemas del estado de ánimo pueden verse fortalecidos mediante el uso de estas y otras técnicas. Los profesionales de nuestro centro, situado en Mataró, están especializados en esta y otras orientaciones cuya eficacia y utilidad ha sido probada en un amplio espectro de situaciones.

Si quieres obtener más información al respecto, o tienes cualquier pregunta, ponte en contacto con nosotros. Te ayudaremos.

https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2019/03/c._pareja-4037.jpg 334 500 admin https://gabinetpsicologicmataro.com/wp-content/uploads/2024/02/logo-100-2-300x138.png admin2019-03-22 10:45:312022-05-09 18:01:53Coaching de pareja
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