Acostumbramos a ser conscientes de lo que comunicamos a los demás, y aunque a veces puede resultar complicado, podemos incluso detectar el cómo lo hemos hecho, y por qué. En contraste, nos resulta mucho más complejo tomar conciencia de cómo nos hablamos a nosotros/as mismos/as, y solemos obviarlo o pasarlo por alto, ya que a menudo son mensajes automáticos que hemos aprendido a decirnos a lo largo de nuestra vida, y que pueden volverse automáticos e inconscientes.
Nuestro lenguaje interno tiene un impacto enorme en cómo nos sentimos, y especialmente en la conformación y estabilidad de nuestra autoestima y personalidad. Además, se encuentra estrechamente vinculado con la forma en que afrontamos nuestra día a día, y con las situaciones a las que nos exponemos. Así, si nos hablamos con desprecio, enfado, disgusto o incluso con insultos, nuestro estado de ánimo se verá afectado de manera clara y directa, y además, reducirá las posibilidades de que nos acerquemos a diferentes situaciones, especialmente cuando estas sean novedosas o exigentes. Existen diferentes formas de hablarnos de forma negativa, siendo algunas de ellas las siguientes:
- Personalización: Consiste en atribuirnos constantemente a nosotros mismos los sucesos externos, aumentando la sensación de responsabilidad y los sentimientos de culpa. Por ejemplo: “Si mi pareja no ha aprobado el examen, es porque no soy lo suficientemente bueno/a para ella”. O “Cuando el jefe indica que hay que mejorar la calidad del trabajo, se que lo dice exclusivamente por mí”.
- Generalización: Aparece cuando sacamos una conclusión general de un hecho particular, sin base suficiente. Por ejemplo, cuando una persona está buscando trabajo y no lo encuentra, y concluye “nunca conseguiré un empleo”. O cuando una persona está triste y piensa “siempre estaré así”. Esto genera un sentimiento de indefensión, impotencia e ineficacia.
- Minimización y descalificación de lo positivo: Como el propio nombre indica, este mecanismo se evidencia cuando infravaloramos aquello que hemos conseguido o a nosotros/as mismos/as, o nuestra aportación en ciertas situaciones. Por ejemplo: “No hay para tanto”, “es más importante el error que he cometido que todos mis aciertos”. Con ello, provocamos que difícilmente valoremos nuestros éxitos, y, por lo tanto, deteriorando nuestra autoconfianza.
Una forma de procurar cambiar nuestro lenguaje interno, además de hacerlo consciente y observarlo, es, por ejemplo, procurando pensar en alguien a quien queremos mucho, y preguntarnos si le hablaríamos mal, y añadiendo un por qué. La respuesta seguramente será no, ya que le haríamos daño. Una vez hecho esto, debemos preguntarnos cómo nos sentimos nosotros cuando nos hablamos mal, ya que posiblemente identificaremos que también nos hacemos daño.
Tratémonos con el mismo cariño y empatía, comprensión y compasión con el que tratamos a quienes queremos. Nadie merece que le quieras más que tu mism@.
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