Las habilidades sociales son recursos, herramientas, conductas específicas que nos ayudan a desenvolvernos en un mundo social e interactivo. Éstas, nos permiten crear y mantener vínculos con los demás, o incluso romperlos en caso de verlo necesario. Algunos ejemplos son: iniciar una conversación, dar las gracias, pedir perdón, decir no, pedir una cita… Casi todo aquello que implique enviar un mensaje a otra persona, sea esta conocida o no. Dentro de éstas, la asertividad es considerada la herramienta por excelencia, considerándose incluso a veces sinónimo al concepto de habilidad social.
Podemos tener diferentes dificultades a la hora de llevar a cabo cualquiera de las conductas ejemplificadas. En ocasiones por timidez, por vergüenza, por miedo al rechazo… A pesar de ello, y esto es algo sumamente importante, podemos aprender! Es decir, las habilidades sociales no son algo innato, no nacemos con un nivel concreto, sino que es algo que vamos desarrollando a medida que interaccionamos con los demás, en un primer momento con nuestros padres, para posteriormente generalizarlo al grupo de iguales, compañeros de trabajo, etc. Otro dato relevante, acercándonos al ámbito más clínico, es que la falta de habilidades sociales pueden ser tanto causa como consecuencia de los trastornos psicológicos. En los problemas de autoestima, o en la depresión, pueden aparecer dificultades en este ámbito, y a su vez, la falta de habilidades puede precipitar síntomas o problemas como los citados, además de ansiedad, miedo…
Así pues. podemos definir la asertividad como la capacidad de exponer nuestras necesidades, derechos e intereses de una forma educada y empática, sin vulnerar los de los demás. Algo así como atrevernos a decir lo que pensamos procurando no perjudicar al otro. Para comprenderlo, es útil diferenciar entre la postura pasiva, y la agresiva. ¿Qué haríamos si, estando en un restaurante, el camarero nos trae la carne cruda, cuando a nosotros nos gusta muy hecha? En un extremo, quizás nos la comemos sin decir nada (postura pasiva). En el otro (postura agresiva), puede que llegáramos a mostrar nuestro enfado, chillando, o haciendo algún comentario despectivo. Como vemos, nos situamos en dos polos. El punto medio sería la asertividad, por ejemplo, pidiendo educadamente si nos pueden pasar algo más la carne. Esto es un simple ejemplo que nos puede ayudar a visualizar la conducta asertiva. Aun así, la asertividad ideal, o perfecta no existe, ya que conseguir adoptar siempre el punto medio exacto es prácticamente imposible, al entrar en juego muchas variables: contexto y entorno, persona con la que estemos interactuando, estado de ánimo propio y del otro, diferencias de personalidad, etc. Lo más importante es esforzarnos para acercarnos lo máximo posible al punto medio.
Por un lado, la pasividad hace que nos llevemos el malestar a nuestro terreno, y que los otros difícilmente sean conscientes de lo que nos molesta. Además, podemos tener esa amarga sensación de que pueden aprovecharse de nosotros, ya que dificilmente lo impediremos. La tendencia a la agresividad, principalmente provoca rechazo, miedo, malestar, incomodidad… En cambio, siendo asertivos, aunque muchas veces no podremos satisfacer o encontrar el equilibrio perfecto, a largo plazo nos daremos cuenta de que tanto nosotros como los demás agradecemos exponer nuestro punto de vista, y priorizarnos a nosotros mismos.
Existen diferentes programas e intervenciones que pueden ayudarte a mejorar esta habilidad. En nuestro centro de Psicología, en Mataró, te proporcionaremos todos los recursos y herramientas que necesites. Ponte en contacto con nosotros, será un placer atenderte.