Pasamos gran parte de nuestras vidas experimentando innumerables emociones, incluso si lo pensamos, es difícil calcular por las que hemos pasado a lo largo de un mismo día. De hecho, resulta complicado concretar alguna ocasión en la que no hayamos sentido nada (incluso en el sueño las experimentamos!). Por ello, éstas forman parte inevitable de nosotros, dándole sentido y color a nuestro mundo. Algunas, especialmente las agradables, las clasificamos y entendemos como positivas (alegría, confianza, esperanza, amor…); pero otras, en cambio, las ponemos en el cajón negativo, teniendo en cuenta el malestar o la limitación que producen.
Esta última idea se encuentra estrechamente vinculada al término presentado, la Mochila Emocional. Podemos definir ésta como el peso que acumulamos a través de ciertas experiencias, y en el que vamos añadiendo o escondiendo, todas aquellas emociones que nos han afectado negativamente, y que se asocian en su mayoría, a situaciones negativas que nos ha costado afrontar. Su contenido, pues, está conformado de una mezcla de recuerdos, experiencias y sentimientos de diferente tamaño o intensidad, que hemos decidido (consciente y/o inconscientemente), bloquear. Si no aprendemos a vaciar la mochila de experiencias negativas, cuanto más tiempo pase, más cargada la tendremos, y mayor peso deberemos soportar, lo cual repercutirá tanto a nivel físico como psicológico o emocional, pudiendo sufrir tanto fatiga o cansancio, tensión, dolores musculares… como tristeza, culpa, ansiedad, problemas de autoestima… Repercutiendo además, en nuestras relaciones y nuestro día a día.
Vaciarla, soltando todo aquello que nos tiene presos del pasado y nos quita energía, nos permitirá avanzar. Aceptar nuestros errores, identificar, observar y conocer nuestras emociones, valorar nuestros avances y nuestras fortalezas, y, sobre todo, aceptar lo que experimentamos y vivimos sin luchar contra ello, nos hace dueños de nosotros mismos, ayudándonos a tener un mayor control. Se trata de un proceso de afrontamiento y de aprendizaje en el que el olvido, la represión, la evitación, y sobre todo, el autocastigo, deben dejarse a un lado, dando paso a la observación, identificación, y por encima de todos, la aceptación.
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