Desde que nos levantamos y hasta que volvemos a la cama, pasamos la mayor parte del tiempo tomando decisiones: decidimos qué desayunar, cómo vestirnos, el medio de transporte para ir a trabajar, y ya no hablemos del sinfín de caminos que debemos elegir en el trabajo o en la escuela. Algunas, como podremos intuir, son más conscientes e implican un proceso de decisión más elaborado. Otras, en cambio, operan más a nivel inconsciente, automático (p.ej., ponernos las zapatillas al levantarnos). Todas ellas dibujan y marcan nuestro día a día y, además, repercuten directamente en nuestro estado de ánimo.
Tendemos a infravalorar el poder que puede llegar a tener este proceso y a veces incluso delegamos en otros la elección de una u otra opción. Esto puede pasar por diferentes opciones: miedo al fracaso, no querer asumir la responsabilidad de las consecuencias, desconfianza o inseguridad hacia nosotros mismos, mayor confianza en lo que pueda hacer la otra persona, etc. De lo que no nos damos cuenta es de que esto poco a poco nos va rebajando la autoestima y, a su vez, aumentamos la dependencia, con lo que progresivamente nos hacemos pequeños, pudiendo precipitar síntomas depresivos o de ansiedad. Además, al no atrevernos a elegir o decidir, fomentamos dudar y sentirnos inseguros en situaciones futuras, esperando a que sean los demás los que lo hagan, y adoptando actitudes de pasividad.
La autoconfianza se gana tomando decisiones. Dirigir nuestra vida puede darnos un gran poder, además de hacernos sentir con mayor control. Nos conocemos mejor que nadie y ya únicamente por ello merece la pena definir nuestro propio destino. Actuar en congruencia con lo que somos, con lo que sentimos, es la mejor manera de alimentar nuestra autoestima. Para ello, te recomendamos lo siguiente:
- Que sean propias, personales: Las decisiones deben ser un proceso totalmente individual y personal. Cuanto más, mejor. Es decir, cuanto más reflejen aquello que nosotros creemos, pensamos o sentimos, posiblemente menos dudas y remordimiento experimentaremos.
- Reducir el miedo a equivocarnos: Podemos hacerlo y podemos errar. Las decisiones implican pros y contras, y en ocasiones puede que el resultado no sea el esperado. Pero todo supone un aprendizaje. Además, debemos tener en cuenta que no podemos contentar a todo el mundo, con lo cual resulta clave flexibilizar las consecuencias, reduciendo por tanto la probabilidad de que posteriormente nos castiguemos.
- Focalizarnos en la emoción: Enfocarnos en lo que sentimos, en nuestras sensaciones más profundas, por complicadas o subjetivas que nos parezcan, es la mejor manera de actuar. Priorizar de qué manera nos hace vibrar una u otra opción es clave. Esto choca con nuestra tendencia en intentar visualizar los posibles escenarios en los que nos podemos encontrar si hacemos una u otra cosa.
- Autorrespeto: Pensamos lo que pensamos, creemos lo que creemos y sentimos lo que sentimos. Y sólo nosotros lo sabemos. Hagámonos dueños de nosotros mismos, sin priorizar opiniones externas, y poniendo por delante nuestras intenciones y derechos. Es importante recordar este aspecto, aun teniendo presente que la influencia de los demás puede seguir estando allí.
La toma de decisiones es un aspecto clave e inevitable en nuestras vidas. Cuanto más consciente y evidente lo hagamos, mayor control adquiriremos sobre nosotros y nuestro estado de ánimo. Resulta un alimento indispensable para nuestra autoestima, y el cual merece la pena que sigamos cuidando.
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