Podemos definir el autocontrol como la capacidad del ser humano para alterar sus propias dinámicas o comportamientos, potenciando sus posibilidades de adaptación al poder ir ajustando sus acciones a distintos contextos y situaciones. A nivel general, muy probablemente hemos oído o utilizado la expresión “tiene mucho o poco autocontrol”; con ello comunmente hacemos referencia a una característica inherente a las personas, las cuales pueden tener en mayor o menor grado. Contrario a esta concepción, como veremos se trata más de una habilidad que puede entrenarse, que de algo exclusivamente innato.
En la línea de lo último expuesto, son muchos los autores que han intentado definir este concepto. La mayoría de ellos, coincide en remarcar que no tiene nada que ver con voluntad, entereza o confianza en nosotros mismos. Los sujetos que “se saben controlar” no están hechos de ninguna fibra especial, y tampoco consiste exclusivamente en exponerse a las tentaciones para aumentar la capacidad de resistencia, aunque esto sea un componente de su tratamiento. Por contra, el autocontrol y su entrenamiento se refieren a un comportamiento concreto, en una situación concreta. Sus características y habilidades se consideran fruto del aprendizaje, y por lo tanto se pueden adquirir, siendo su principal objetivo reducir al mínimo la tentación planteando condiciones de la forma más favorable. Ésta última idea, nos lleva a entender a los ámbitos a los que se aplica, siendo las adicciones y los trastornos de la conducta alimentaria los más beneficiados. Además, puede concebirse como un programa en sí, o como un componente de otros protocolos de intervención.
En cuanto a su procedimiento, podemos diferenciar entre estrategias para facilitar el cambio de conducta, las cuales aumentan la motivación; aquellas que implican planificación ambiental y por ende, cambian los antecedentes de la conducta; y las de programación conductual, centradas en las consecuencias. Entre las primeras, la autoobservación mediante la realización de autorregistros es un componente esencial. En este primero eslabón, el objetivo es que la persona aprenda a detectar indicios y a discriminar aquellas situaciones en las que aparece más frecuentemente el comportamiento. En cuanto a las segundas (de planificación ambiental), se utiliza mucho el control de estímulos y las estrategias cognitivas como las autoinstrucciones. Este segundo paso es quizás el más relevante del procedimiento. Finalmente, en la programación conductual resulta útil utilizar el autorrefuerzo y el autocastigo, dependiendo de si se ha ejecutado la conducta o no.
Como se ha remarcado, se trata de un entrenamiento que puede ser exclusivo, específico y útil de por sí para un problema en concreto, pero que a menudo queda englobado en una intervención multimodal en la que se trabajan diferentes objetivos. Los psicólogos y psiquiatras de nuestro centro de Psicología, en Mataró, están formados en diferentes orientaciones, pudiendo brindarte la ayuda e información que necesites, y cuando la necesites. Llámanos, estaremos encantados de atenderte.